martes, 7 de octubre de 2008

Terapia de techo

Observar el reloj. Escuchar su sonido lento, repetido. No moverse de la cama, ni siquiera por el ruido que producen las ratas sobre el cielo raso. Las nueve y treinta de la noche, aún es temprano. Mucha gente todavía no ha llegado a sus casas. No se oye el televisor del vecino, él siempre lo mantiene encendido hasta tarde, debe ser que no está en casa. Hay una jeringa en el piso, tal vez podría pisarla al levantarse, o quizás se quede allí tirada, olvidada, sola, sin dolientes.
Seguir mirando el reloj, las manchas en el cielo raso, imaginar que con ellas se pueden hacer figuras como con las nubes. Figuras oscuras, sin alma ni movimiento.
El tránsito de los autos ha disminuido con el advenimiento nocturno. Pensar en él. No, mejor no pensar en él. El teléfono está mudo, aún tiene batería, aún da la hora, pero nadie llama.
Paredes, pisos, ventanas. Afuera la noche, adentro la oscuridad.
Dejar la tetera sobre la cocina encendida. Oír el hervor de su silbido. Dejar que se evapore toda el agua, que se queme el metal. Hedor en la cocina, humo en el pasillo. Todavía no llega el vecino.
No darle el pecho al pequeño. Dejar que llore en la cuna, que grite hasta que la noche lo duerma. Dejar al niño sin pecho. Dejar a la madre sin vida. Dejar la jeringa en el piso. Dejar de mirar el reloj. Dejar de oír las ratas. Dejar que las ratas comiencen a oler la carne.

Carolina Lozada

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusta esa forma que tenés de hilvanar las frases, esa especie de repetición. Me refiero sobre todo al final. Es como una madeja con la que juega el gato del vecino, y poco a poco llega a nuestra puerta.

Carolina dijo...

Hola Gustavo, las repeticiones suponen un juego de sonidos, un movimiento de péndulo. Me gusta jugar con eso. Y sí, algo de movimientos sosegados de gato.
Bienvenido a casa,
Carolina