jueves, 16 de octubre de 2008

Memorias de azotea

Todos se fueron, pero el mar se quedó conmigo, siempre en ese mismo lugar, lavando y poniendo a secar sus aguas al sol, meciéndolas con las polonesas y las lunas. El mar y ese barco encallado sobre el azul de su superficie. Ese barco tuerto que observo desde la azotea, años en el mismo lugar. La salinidad y la soledad lo han convertido en una masa roja, en chatarra del olvido. Oigo como las olas golpean sus paredes herrumbrosas. Una ola tras otra golpeando al barco, sin cansarse, sin rendirse, yendo y viniendo, repitiéndose en el tiempo. Y el barco allí, callado sin quejarse. Las olas golpeando las paredes y arrancando las hojas de los almanaques, las olas balanceándose y moviendo las agujas del reloj. Olas que arrastran el cuerpo muerto del hermano, olas que suben y su cresta blanca se confunde con las canas de la abuela muerta, olas que llegan hasta la orilla, se llevan a una muchacha y devuelven a una mujer.
Ahora soy yo, no la muchacha sino la mujer, la que está parada sobre la azotea tantos años después, después de siempre; ya no las piernas muy flacas, la piel que se pegaba a los huesos, el pelo muy largo; ahora más bien, el cuerpo tranquilo acostumbrándose a envejecer, a ir con la corriente, arrastrado por los acontecimientos. Ya no los quince años, la adolescente intrépida, la de cara al futuro, a lo prometido, a lo deseado. Ahora la mujer de cara al presente, al presente de hoy, ahora, ahorita, en este momento.
Soy yo la mujer de los oráculos, la aguafiestas de siempre, la que vaticina derrotas, la que acumula fracasos. Soy yo esa mujer que se va, pero el mar no podrá irse conmigo porque él siempre estará ahí, a los pies de esa azotea. El mar trayendo y llevando olas, velado por las lunas nuevas, llenas y cuartos menguantes.
El viento de siempre, el que le pegaba a la cara y le empujaba el vestido contra su cuerpo, el que la acariciaba cuando ella estaba desnuda en los aquelarres nocturnos, el que le removía el cabello cuando ella lloraba y el que pasaba las páginas del Diario de Natalia. Viento que ahora estás aquí, en este presente rozando a una mujer que se va, que ya no está, que se fue.
Mujer con documentos, mujer con pasaporte, mujer sin visa, sin boleto de vuelta, mujer sin asidero, sin derrotero. Mujer que se visita en el pasado, mujer sospechosa de traición, mujer vende patria. Ahí estás mujer y al frente está el mar, bajo tus brazos, el equipaje, pero ¿cómo llevarse el corazón, los recuerdos, los afectos en un boleto sin destino?
Vuelve la vista, despídete de este lugar, mira bien todo, observa con detalle los olores, los colores, las formas, las texturas. Acércate, toca las cosas, nómbralas para que no las olvides.

Carolina Lozada
Ilustración: André Kertész

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Creo que es lo mejor que he leído de los textos que has puesto aquí. Contiene imgágenes muy bellas.

Ahora, supongo que no fue así, pero me permito pensar que lo pusiste para representar un asunto de géneros (de todo tipo, de eso que hablábamos temprano), porque leyéndolo leo un hermoso poema en prosa. Creo que este juega mucho más con las metáforas que los otros, que tienden más a la descripción.

Vuelvo a él.

Saludos.

Anónimo dijo...

Y regreso.

Bellísimo.

Carolina dijo...

Asterión:
Este pedazo me es cercano, aún lo quiero, pero es viejo. Es viejo antes del género, antes de nuestras discusiones sobre el género.
Gracias por volver a él.