sábado, 25 de octubre de 2008

Los bolsillos de Virginia


Virginia huye con los bolsillos repletos de suicidios, perseguida por las voces que le hablan desde la locura. Atrás quedaron las cartas de amor en griego y en latín para sus amantes imaginarios, las reflexiones sobre las habitaciones femeninas y las divagaciones en torno al señor de los faroles. Virginia se detiene en medio del bosque, siente sus pies cansados y mira sus manos que ya no escribirán más, las lleva a los bolsillos y se cerciora que las piedras que llevan dentro sean tan pesadas como sus temores. Continúa caminando y las voces se apoderan del lugar. Alicia perdida en el bosque de la locura. La lluvia comienza a caer y humedece su cabellera recogida.
Los faroles están tan lejos Virginia y que breve es la luz de su camino, las direcciones se truncan entre las voces engañadoras, tan timadoras como los cantos de las sirenas. Ven Virginia sigue nuestros pasos, escriben las palabras con sus pisadas mojadas, tendiendo una red mortal, hilada de voces y silencios. Ella les obedece y las luces de los faroles adormecen en un silencio de luto.
El compañero de Virginia la busca entre las palabras de una carta que habla de amores y despedidas. Virginia se esconde en las historias que escribe, en los finales que lee. Encerrada en la habitación huye de la realidad, quedando atrapada en sus propias ficciones. La hermana la llama, Virginia no contesta. El compañero y la hermana se miran entristecidos al cruzar por el pasillo de su cuarto, ambos han fracasado al intentar traerla a la realidad. Entretanto, ella sigue aferrada a su escritorio, escribiendo oraciones sueltas que salen a esconderse entre la ropa sucia. Virginia intenta ensamblarlas, pero todas huyen asustadas de sus manos, se lanzan por la ventana, revientan contra las paredes, se esconden tras las lámparas. Virginia se lleva las manos a la cabeza, una vez más la locura, la locura.
En la madrugada la casa está en silencio. El único lugar iluminado es la habitación de Virginia. Todos duermen, ella espía los pasillos. No oye pasos ni voces queridas, sólo las palabras saltando desde la azotea de su cabeza. Se devuelve al cuarto y se pone su largo vestido de flores. Afuera hace frío, ella no lo siente, sólo quiere deshacerse de las voces que la persiguen. Sale, el bosque amanece con estrellas oscuras pegadas en las plantas de sus pies. Virginia camina asustada, huyendo sin mirar atrás, temerosa de las sombras. Se agacha, recoge las piedras y llena con ellas sus grandes bolsillos. El agua está helada, el cabello recogido y los pies entumecidos. Virginia se adentra en la helada claridad fluvial. Su cuerpo se ahoga sumergido en palabras. Adiós Virginia, las habitaciones con acento femenino hablarán gracias a ti.

Carolina Lozada

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El verbo helado me congela los pies. Reacciones subversivas ante tanta prosa encarnada. Se agradece la sensación. De verdad.

Garra, que llaman.

Uningili. La palabra que debo teclear para dejar el comentario, me recuerda algo relacionado con el ombligo, cunnilingus, ingente (cantidad de comida) o algo así.

Saludos, señorita lozada. Siga.


L.

Carolina dijo...

L:
Cuidado con una indigestión.
Saludos