-Es muy raro
que no se haya devuelto. ¿Hace cuánto se fue?
- Una media hora
más o menos; tal vez no quiera saber nada más de nosotros. Se hartó.
- Estamos claros
que las discusiones las comienzas tú.
- Sí, y tú las
callas con tu indiferencia; así no se puede.
- Ella debería
estar de vuelta.
- Ves, discutir
contigo es como hacerlo con una máquina de coser con una sombrilla encima.
- No sé a quién
se le ocurriría esa imagen.
- A mí tampoco y
ni me importa. Me gustaría que aclaráramos nuestra situación.
- Hablamos de
eso cuando estés más relajado.
- ¿Más relajado,
dices? Será muerto, sólo así me relajaría contigo. Eres capaz de sacar de
quicio hasta a un santo.
- Eso depende
del punto de vista. Yo me siento bien, relajado. Quizás un poco inquieto porque
me parece muy raro que ella no esté de vuelta. ¿Le ocurriría algo?
- ¿Qué le va a
estar ocurriendo? Ella sabe su camino. Déjala quieta. Lo nuestro es grave.
- ¿No te parece
grave su ausencia? ¡Eres un insensible!
- Ja, lo que
faltaba, el colmo de la ironía. Un robot me tacha de insensible. ¿Sabes qué? Ya
no quiero continuar este diálogo de sordos. Vete al infierno.
- ¿Adónde vas?
- ¿Qué te importa?
- Es que pensé que
de pronto te ibas a meter al agua. Y se me ocurre que la podrías traer de
vuelta.
- ¡Bah, imbécil!
La ola regresó unos minutos después, arrastrando
consigo una máquina de coser y una sombrilla amarilla; ambos objetos separados.
Ilustración: Robert and Shana Parkeharrison
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