"Nació errada; ella no: su cuerpo. Lo suyo había sido equivocaciones
desde el principio, allá en la isla; la patria de la que sería más tarde una
proscrita. Su padre la presentó en una pequeña prefectura, cuya ventana daba al
muelle donde se divisaba un gran grupo de ciudadanos indeseables que salían del
país por orden militar. El progenitor nunca pensó que su pequeño correría la
misma suerte. No tenía porqué salir del país, él y su familia trabajaban con el
esmero y la tranquilidad de quien no se interesa en asuntos políticos. Esa
mañana en la prefectura, el padre parado frente al escritorio tuvo que llamar
la atención de la secretaria, que espiaba desde la ventana de metal, marrón y
carcomido, el desarrollo de los hechos. La secretaria atendió el llamado como
quien deja de ver un partido de fútbol en semifinales, a escasos cinco minutos
de terminar el juego. Ella le ofreció una sonrisa por disculpa y le comentó que
estaban echando a las maricas. A las
maricas, a las putas, a los delincuentes, a los locos, a los sinvergüenzas y a
todos los bichos de uña —extendió la lista el hombre que esperaba ser
atendido—; están limpiando la isla —remató—."
Si quieren seguir averiguando vayan a Las Malas Juntas, ahí estamos.
Si quieren seguir averiguando vayan a Las Malas Juntas, ahí estamos.
Saludos solitarios.
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