Llevas horas acostado en posición fetal. Son las once de la noche y yo te miro, sentada en el sofá. Es mejor que te levantes del piso, esa alfombra está sucia y huele mal. Levántate, ya te preparé algo de comer. También hay tragos, si es lo que quieres. Sí, sé que te he dejado solo durante mucho tiempo, pero ahora he venido a cuidarte. No me estoy justificando, reconozco que no acudí a tu llamado, que gritabas auxilio y yo pasaba de largo, ocupada en mi indiferencia. Y tú afuera, mojándote mientras llovía. Debí tomar un paraguas y acudir a tu desamparo, abrazarte y secar el dolor que te cubría la piel. Claro, todo eso fue ayer, hoy es otro día. Y tú, durante todo ese tiempo caminando sobre la cuerda floja, haciendo las acrobacias de un loco. Las puertas, las ventanas y los corazones cerrados. Nadie estaba dispuesto a escucharte, a oír tus lamentables parlamentos de loco, adicto y suicida. Te asomabas a las puertas y tocabas, buscando que alguien te abriera y aguantara tus descargas y frustraciones. Llegabas a las mesas de los bares y los presentes se levantaban para despedirse abruptamente, ante tus dosis de odio y vicio. Nadie te necesitaba y tú nos necesitabas a todos. Afuera no había nada, ni siquiera el viento. Sólo señales de tránsito, silencios de palabras, soledades escondidas detrás de los vidrios cerrados de los automóviles, y el bullicio y los olores de las calles, lo de siempre. Y así te fuiste alejando poco a poco de la realidad, entre botellas y muchas jeringas, entre la dosis preparada que se calentaba sobre una lumbre amarilla. Entonces ya nada importaba, ni la familia que nunca existió, ni los amigos que no eran amigos, ni el sexo que ya no era tan bueno como la dosis intravenosa. Un orgasmo repotenciado a la enésima potencia, un orgasmo sin coito. Sólo tú y la jeringa. Una fina aguja que se clavaba sobre la piel rota y morada de tus brazos cada día más desmejorados. Entonces ya nada existía. Entonces todo era tú y la santísima madre de Dios que se introducía por las venas rojas y azules. Ella, tú, sus orgasmos. Pero el amor, hasta el más placentero, se acaba.
Y ahí estás, dormido en posición fetal, buscando nacer de nuevo. Sin responder al llamado que te hago. Estás frío, loco, flaco y pálido, con los brazos marcados por sus besos mortales. Y yo miserable, dejándote una vez más solo. Yéndome antes que lleguen los sonidos de emergencia de una ambulancia acostumbrada a cargar heridos y muertos en vida. Hago la llamada, doy un nombre falso, apago la luz, sólo dejo que un pedazo de luna llena ilumine tu rostro como un actor que se hace el muerto en mitad del escenario. Solo y muerto. Abro la puerta, me voy, no llevo pena.
Ilustración: Jean-Michel Basquiat
6 comentarios:
Sra. Lozada:
Este relato me trajo a mente la historia de mi primo, Geza Csath, quién escribió un diario sobre un amor tóxico similar. Allí, entre retratos de conquistas amorosas va apareciendo M., con cierta inocencia, como si se tratase de una conquista más. Pero al final todo el diario se reduce a M., mientras se consume lo que resta de Geza. Es lo mismo que Ud. describe cuando dice: "Entonces todo era tú y la santísima madre de Dios que se introducía por las venas rojas y azules." Es así como ocurre.
También pensé en Geza con su frase: "Nadie te necesitaba y tú nos necesitabas a todos."
Esta aproximación al amor tóxico inspira compasión. Pero hay muchas otras cosas que forman parte de amores así.
Yo siempre quise escribir sobre ellos, de un modo que comunicara tanto el daño como los elementos de comedia que se brindan a los testigos.
Pero después morí y no llegué a escribir esa historia.
Su historia es sencilla pero capta algo de la esencia de ese tipo amor. (Muy bien)
¿Qué ha pasado con los Diarios de un loco? (Es mi parte favorita de su blog)
Saludos desde el más allá,
Dezsö Kosztolányi
Estimado Sr. Dezsö Kosztolányi:
Es un honor para mí ser visitada por un fantasma tan ilustre. Nunca me había visitado un difunto húngaro; así que le agradezco la deferencia, el largo camino que hizo para llegar hasta estos tejados.
Quizás a usted no le dio tiempo de escribir sobre los mariguaneros de su época, porque no eran tan intensos como ahora. Admito que una lágrima rodó hasta mi meñique izquierdo cuando leí esa nota suya: "Pero después morí y no llegué a escribir esa historia". Fue dolorosa, y si la hubiera escrito en húngaro capaz y me arrancó un pie del dolor.
Yo lo saludo desde el más acá. Gracias, querido fantasma, siempre quise conocer personalmente a alguien nacido en el siglo XIX, por eso visitaba cementerios, buscando las lapidas más antiguas. Qué noble su gesto, mi dulce señor difunto, qué noble. Vaya hasta usted mis más cordiales saludos.
P.D. Vamos a ver cuándo se aparece el loco con su diario por acá.
Írok magyarul: "De halálom után, én nem írni ezt a történetet." Most,
kérlek, ne vágja el a lábát. A lábak nagyon hasznos.
Hugs
Deszo.
PD1: Üdvözlöm a visszatérését az őrültet.
PD2: Úgy látszik, én viccek érthetetlen magyar.
Durísimo. Pero me gusto.
saludos
Estuvo clarito, Sr. Dezsö, muchas gracias por tan generoso comentario en la lengua de László Krasznahorkai y Magda Szabó. Y sí, las patas son importantes.
Kitty: siempre es un gusto tenerte por acá. Saludos a tus gatos.
Profundo y reflexivo ese amor, ese vicio, esa droga que no podemos dejar... porque es tan fuerte su presencia, más en la ausencia.
Me agrado pasar por aquí...
Saludos
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