jueves, 18 de septiembre de 2008

El hoyo


Cavar un hoyo en la tierra. Con una pala cavar un hoyo en la tierra. Un palazo, dos, tres palazos; tantos como hagan falta para que dentro de ese hoyo quepa un muerto. Meter el muerto, echarle tierra encima; tanta tierra como haga falta para cubrir el rostro inexpresivo y el cuerpo rígido del cadáver. Ponerle una cruz encima, ponerla sobre la tierra recién removida. Tierra fresca para la muerte. Orar y desear que el muerto descanse en paz; luego alejarse del cementerio porque los cementerios son para los muertos. Después del ritual, el muerto se convierte en memoria.

3 comentarios:

Natasha Tiniacos dijo...

Me gusta el ritmo de tu prosa, Carolina. La lectura de tu texto es una coincidencia porque últimamente me he interesado por los cementerios. Quizá también te llamen la atención los de New Orleans, pues los ataúdes los guardan en templos, en la superficie. Verás, aquí la lluvia es tan feroz que hasta impide que los muertos se queden en nicho final. En las tormentas emergen las tumbas de la tierra como gusanos despavoridos. Verdaderamente digno de las primeras piezas de Anne Rice.

Saludos,

N

Carolina dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Carolina dijo...

Natasha:
Alguna vez leí acerca de un cementerio alemán en Caracas. Dentro de ese cementerio vivía una pequeña familia que lo cuidaba. Un alemán, su esposa y par de niños. Me pregunto cómo sería la infancia de esos chicos que, supongo, jugaban a las escondidas entre las tumbas. ¿Cómo sería su relación con la muerte? Si te pones a ver, la muerte era parte de sus juegos, de su vida diaria. También me enteré de que en el cementerio de Manicuare, el pueblo del poeta Cruz Salmerón Acosta, las flores son sustituidas por conchas marinas.
Es llamativa la historia que cuentas acerca de ese cementerio de New Orleans; esa especie de desamparo al que quedan expuestos los ataúdes bajo el viento, debe ser un espectáculo bastante tétrico. Una vez vi en el cementerio de un pueblo, unos ataúdes oxidados y arrumados al borde de un precipicio. No sé qué me causó más impresión, si la ruma de urnas o el precipicio. En fin, los cementerios también tienen buenas historias.
Gracias por tu visita (al blog, no al cementerio) y por tu comentario sobre mi escritura.
Saludos,
Carolina