martes, 9 de septiembre de 2008

Cocina vieja


La mano larga y huesuda de la mujer pone a hervir agua en la pequeña y destartalada olla de aluminio. El marido golpea la máquina de afeitar contra el lavamanos dejando rastros de su barba encanecida. El ruido de los automóviles se introduce por las ventanas y las rejas del balcón. No hay niños en el apartamento, sólo paredes con la pintura gastada y un piso con el rostro opaco. El clóset desnudo de ropa masculina, las maletas esperando al hombre en la sala. La mujer mirando por la ventana de la cocina. El hotel New Jersey, el restaurante chino, la carnicería del portugués; todos los edificios se ven más deteriorados desde la mirada de la mujer. Ya no se oye el golpear de la máquina de afeitar contra el lavado. El agua ha comenzado a hervir. La mujer no se fija, sigue distraída en sus pensamientos y recuerdos.

La pareja vive junta desde hace quince años. Se conocen tan bien que ya no hay sorpresas entre los dos. El amor se les perdió un día entre las gavetas de la ropa sucia y nunca pudieron encontrarlo de nuevo.

Desde hace quince años la mujer oye los suaves golpes contra el lavamanos. Siempre ha sido así, su marido se afeita un día por medio. Al principio, cuando estaban enamorados, ella le ayudaba a afeitarse mientras él la tomaba por las caderas y sus manos jugueteaban con su cuerpo ansioso de caricias. Ahora su cuerpo no está tan firme como entonces y hay grasa acumulada en la cintura. El hombre ha perdido cabello y un poco el buen humor.

Se oye abrir la puerta del baño. El agua hierve. Otro cigarrillo es encendido en la hornilla de la cocina que está tan vieja, tan deteriorada, con una de las hornillas inservibles. La mujer aspira y tose, tiene una tos seca de fumadora. Pasan unos minutos, el cigarrillo se consume, la mujer se abraza a sí misma. El viento callejero trae los gritos de un motorizado que casi fue arrollado por un auto. El agua sigue hirviendo. Se abre la puerta de la habitación, seguida por los pasos masculinos. El hombre se para en la puerta de la cocina, mira a la mujer que continúa de espaldas a su rostro, la mujer con la mirada perdida en la ventana y la ventana perdida en la ciudad. Ella no voltea. Se muerde el labio inferior mientras siente un extraño dolor en el corazón. El hombre intenta abrir la boca, pero prefiere callar. Toma las maletas, abre la puerta y llama al ascensor.

El agua se ha evaporado por completo en la olla de aluminio que comienza a quemarse. En el baño queda suspendido el olor de la espuma de afeitar, el cuarto huele a talco para los pies y la cocina a olla quemada. Son las nueve de la mañana, la mujer pone, nuevamente, a hervir agua para el café.


Carolina Lozada. De: Historias de mujeres y ciudades. Caracas: Casa Nacional de las Letras Andrés Bello, 2007

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