lunes, 15 de noviembre de 2010

Se me cae la cara


Se me cae la cara de la vergüenza cuando él habla, no puedo controlarlo. Así nomás, se cae, se hace una bolita de piel y rueda por el piso, buscando huir. Mis dedos ya están cansados de buscar mi rostro por los escondrijos de la casa, y se abren y se exasperan cada vez que esto sucede, pero nadie tiene la culpa, ni siquiera mi cara que anda por ahí, hecha un añico, como una pelota de piel con dos ojos oscuros. Da miedo si usted la ve desde su propia altura, digamos un metro setenta y cinco, y ella en el piso, estacionada al lado de la nevera o metida en el ropero o debajo de la cama con dos ojos pestañeando, y una boca roja y carnosa, como si se tratase de un juguete siniestro. Esto no es nada nuevo, la cara se me cae desde hace años, cuando lo escucho a él enunciar, con la mayor desfachatez, los verbos más imperativos de la lengua que desgraciadamente compartimos.

Recuerdo la primera vez que sucedió, cómo olvidarlo: yo estaba sentada en el sofá con todos mis órganos y sentidos en su santo lugar. El televisor estaba encendido, también el de mi vecino, y el del vecino de mi vecino, y el de todos los vecinos de este país. Y fue ahí cuando él dijo: “Yo soy un superhombre y ustedes….nomás que hombrecitos. Ah, y mujercitas. Sí, eso, mujercitas. Yo debería andar con capa, pero tengo humildad, así que me disfrazo de mortal, pero yo voy más allá. Mis ojos son de fuego, mi corazón, un cañón”. Se rió, se rió muy fuerte, era la carcajada de un loco. A su lado había una corte de enanos vestidos de circo. Todos reían junto a él. Las carcajadas no me dejaron escuchar el primer crujido de mi piel despegándose de la calavera. Sentí mi cara abochornarse, eso sí, rostro que se enrojece y se calienta, así que me fui al baño, y el espejo me devolvió la cara del otro desgarrándose, yéndose, harta de lo mismo. Me desesperé, mis dedos también se desesperaron conmigo, trataron de asir ese pedazo de pliegue que se desterraba junto a mis ojos irritados. La boca también se largó, así que me quedé sin gritos. Los dedos se amontonaban en la cabeza para compartir el desespero. Desfallecí.

Sí, eso fue al principio, cuando no estaba acostumbrada a quedarme sin rostro, pero poco a poco uno se va habituando hasta a las cosas más absurdas e irracionales, sino cómo explicar que el superhombre siga ahí, haciéndose trono. Cuando me quedo sin cara, deambulo por la casa como una sombra que choca con las paredes, un torpe fantasma que no se percata de los obstáculos materiales; mientras tanto mi cara hecha una bolilla de piel con ojos anda dando trastes por la calle, porque si bien al principio se quedaba en casa, ahora le ha dado por echarse a caminar. Entonces a mis dedos no les queda más remedio que dejarme sola e irse tras mi cara, que suele regresar con la boca rota o los ojos morados por los golpes callejeros.

Temo que algún día me quede sin rostro; tendré que hacerme a la idea de que mi cara finalmente va a caerse, compungida de tanta vergüenza. Y los afanosos dedos no volverán a ponerla en su lugar, como solían hacerlo. A veces me da pena con ellos, ¡trabajan tanto, los pobres! Junto a ella se irá mi acento, que cada día se siente más avergonzado de sí mismo, junto a ella se irá mi ceño fruncido. Ése que se monta en la cara cuando lo escucha hablar, a él, al superhombre. Un ceño fruncido que es todo un señor, muy serio. Mi sonrisa se irá con ellos, presta por ahí a que las muecas le rompan los dientes en las calles de un país que ya no ríe tanto como antes. Las sonrisas se están cayendo, si no me cree salga a la calle para que vea muecas. Me quedaré sin labios para besar; no besar aburre y hasta duele. Tendré que dibujar labios, ojos, nariz, cejas, mentones. Lo haré para pegármelos cuando mi rostro se haya expropiado definitivamente. Tendré que pintar los ojos negros y pequeños, un poco chinos como los de mi padre. Tendré que dibujar esa escasez de cejas que a veces disimulo con maquillaje. Tendré que pintar los labios con creyón de cera, obviamente rojo, el único color que mis labios originales aceptan. Tendré que hacer varias versiones de ojos, para usarlos dependiendo de la situación de asombro, ternura o enojo. Tal vez las manos se queden conmigo; crispadas, atormentadas, nerviosas. Probablemente hagan ejercicios de locura como tratar de asir un cuello que no existe, asfixiarlo, callarlo. Mis manos necesitarán silencio, al menos su silencio. Tan ilusas ellas querrán callarlo. Se imaginarán a sí mismas tratando de taparle la boca para que mueran sus palabras. No hable más, señor, por favor, no hable más. Cállese, no hable más, necesitamos su silencio. Mis pobres manos están enfermas, todo el tiempo sueñan que están tapando esa gran boca, ese sulfuroso volcán. ¡Ah, mis pobrecitas manos han enloquecido!, tendré que internarlas en el sanatorio. Y me quedaré tan sola, sin rostro, sin manos. Sola con él y mis oídos que gozan de tan buena salud.

Ilustración: “Selbstdarstellung in Orangefarbenem Umhang”, Egon Schiele

7 comentarios:

BLUEKITTY dijo...

Me aterró imaginarme la cara rodando por el piso, o al lado de la heladera.

Espero no me ocurra nunca :s

Anónimo dijo...

Este cuento es muy bueno, muy bueno, pero mientras lo leía pensaba: podría ser aún mejor, mucho mejor, si no fuera tan obvia la identificación del insoportable parlante.
No sé como explicarme: la queja es justa, pero remanida, y hace sombra a la originalidad del cuento. Además, que sea justa o no ya no tiene importancia. A este cuento hay que hacerle justicia literaria, porque allí está su mérito. Como sea, está muy bueno, si lo trabajas más será genial.

Carolina dijo...

Sí, blue, ojalá nunca te topes con un ojo al lado de la nevera.
Anónimo dijo: Gracias por tu entusiasmo y tu comentario.
Saludos.

Ade dijo...

Para mí, genial.
Como siempre.
Original, acertado, ingenioso, poético.
Gracias.
AD.

Carolina dijo...

Hola, Adela, gracias por no olvidarme. Saludos, querida.

Germán Hernández dijo...

Buen texto, me gusta mucho todo el párrafo final, climax y médula... sospecho que todo el preámbulo surgió luego...

Saludos!!!

Carolina dijo...

Gracias por el comentario, Germán, y y ya no recuerdo qué surgió primero.
Saludos muchos.