Cuando miro por la ventana de mi apartamento y veo esa vaca solitaria que, mañana tras mañana, mastica el escaso pasto que tiene a su alcance dentro de un terreno adyacente a una casa vieja y de tejas rojas, entiendo que vivo en una ciudad en tránsito entre un pasado campesino muy próximo y un presente que intenta ser urbano. Esta última reflexión me da en la cara después de haberme fijado en la vaca y toparme en el ascensor a un joven estudiante universitario, pálido, vestido de negro y con aspecto vampiresco. El joven baja conmigo hasta el sótano y escucha, en un aparato portátil, esa música que le deprime hasta la sangre. La vaca y el emo me hacen pensar en ese ambiguo lugar desde donde escribo y en su incidencia en mi escritura.
Vivo y escribo en Mérida, ciudad en donde el tiempo transcurre más lento y a veces tiene asomos de postales de inviernos extranjeros. Creo que el hecho de escribir en este lugar interviene en mi proceso creativo a pesar de que mis cuentos no necesariamente ocupen sus rincones. Digo que interviene la dinámica de la ciudad que se debate entre esa cosa nostálgica y color sepia, la vitalidad de una ciudad que no envejece sino que se renueva en un rostro joven y estudiantil, y el presente de un país tomado, como aquel cuento de Cortázar. Entre esas aguas trato de nadar, entre la nostalgia, el vigor y la desolación, entre el aroma del café de una abuela muerta y el olor maloliente de un uniforme expuesto, demasiado tiempo, al sol.
Como narradora me inscribo en ese tránsito entre un ayer poblado de fantasmas y casas con largos corredores, y un hoy con séptimos y octavos pisos, de ventanas abiertas hacia la intimidad de los vecinos, habitantes de un presente urbano en el que me gusta imaginarme historias protagonizadas por personajes extravagantes y ridículos.
La casa, generalmente astillada y derruida, es mi lugar del ayer, donde instalo memorias, los muertos que siguen desandando territorios que ya no les pertenecen, el tiempo pasado de los coroneles y su olor herrumbroso; mientras que los balcones y las ventanas de los edificios son el lugar presente desde donde muevo a mis personajes travestidos, mis alcohólicos solitarios o mis pedófilos en proceso de rehabilitación. Lugar citadino y actual donde, también, puedo observar desfiles de soldados y caudillos posmodernos, imagen que me permite entender que en este país tan frágil el pasado es apenas un velo que el presente rasga con facilidad para entrar en él. Sin embargo, y a pesar del ruido que producen las pisadas de las botas de hoy, no me interesa tanto contar sus pasos. Ante el ruido de las polainas prefiero subir el volumen de la música y escribir desde ciudades imaginarias, sobre personajes arrinconados y jodidos pero poseedores de buen humor, porque el humor es un buen arma para enfrentar el miedo.
El tema propuesto en la bienal me obligó a reflexionar y hasta a teorizar sobre lo que escribo, y esta situación me puso tensa, porque al hacerlo debí ubicarme más que como escritora como una persona que ha estudiado Letras y sabe, más o menos, catalogar las tendencias literarias
Entre pensamientos diversos me decía: mi primer libro está abarrotado de suicidas, tanto así que debió llamarse Libro de suicidios o algo parecido. El segundo inventa incidentes que no ocurrieron, con imágenes de cine en blanco y negro. Lo que estoy escribiendo ahora tiene otro tono y una postura distinta. Lo de ahora es más bochornoso e, insisto, ridículo. Mis personajes actuales son patéticos y neuróticos. Es inevitable pensar en las enseñanzas de la sociología y el sentido común, que nos recuerdan, como Gabriel Payares en esta misma mesa, que uno no puede escapar completamente del referente real desde donde se escribe, aunque haga literatura fantástica. Ante esto me pregunto, apelando ahora a los dictados del psicoanálisis y otro sentido común: ¿será que la formulación de mis nuevos personajes obedece a una respuesta inconsciente ante la locura real que estamos viviendo, realidad nacional de la cual es mejor reírse para no sucumbir ante ella? Realmente no lo sé, respondo con una candidez que prepara la introducción de la intertextualidad. Yo prefiero pensar que lo que escribo en estos momentos está influido por el cine y por escritores como Copi o los norteamericanos Saul Bellow y Edward Louis Wallant, que me ayudan con una memoria prestada y geografías apenas soñadas, con laberintos difíciles de cartografiar.
Cuando regreso a mirar un mapa más tangible, noto que escribo desde la provincia de un país provinciano, y esta circunstancia, en términos de promoción y difusión literaria, hace más precarias mis posibilidades de ser leída. Se trata de una topografía literaria que funciona como muñecas rusas, que me hacen pensar en todas las matrioshkas que hay encima de mí. A veces el lugar de escritura se compone de capas geológicas, que sobrepone una edad sobre otra, y una plataforma de promoción sobre otra, y todos esos niveles podrían aplastarnos. Los que escribimos en esta ciudad corremos el riesgo de que nuestras historias se queden encerradas dentro de las montañas. Pero la mitología y el Asterión de Borges nos enseñan que hay un hilo que puede hacer que escapen los relatos.
Mis cuentos se valen también del tránsito entre el lugar escurridizo de la memoria y la cotidianidad del que hablé antes, y el territorio portátil de toda lectura posible. A veces nos leen los miembros de un jurado y ellos, asumiendo su autoridad, mediana o grande, en la conformación del status literario, se encargan de darle movilidad a nuestros escritos. Debo reconocerlo: el hecho de que La Casa de las Letras Andrés Bello haya publicado y puesto a circular mi primer libro a un precio irrisorio, después de haber sido premiado en un concurso, ha contribuido a que tenga algunos lectores, algunos más optimistas y buena gente que otros, pero lectores, en definitiva.
Pero el mecanismo más eficaz para dar a conocer mi trabajo ha sido la difusión digital, que nos obliga a definir el territorio portátil como el territorio por antonomasia. Un territorio, además, ubicuo y simultáneo en el que pueden convivir un apartamento y una vaca en distintas ventanas fácilmente intercambiables en la pantalla de la computadora, en la que sobreviven la abuela muerta y sus costumbres campesinas y el uniforme maloliente de un general.
Las publicaciones digitales sirven para reacomodar las instancias de lectura, a veces a golpes de azar, es verdad, como ocurrió en mi caso. Porque es difícil poner el dedo en esa profusión de papel que no es papel, en tantos y tantos escritos que se sobreponen como en el palimpsesto más complejo y confuso que haya podido pensarse. Hoy estoy aquí y se me dio la oportunidad de escribir en “Quimera” gracias al blog 500 ejemplares. De igual manera, uno de mis cuentos aparece publicado en la antología del cuento venezolano hecha en Eslovenia porque Juan Carlos Chirinos, encargado de la compilación, lo leyó en Letralia, el portal digital que mantiene Jorge Gómez Jiménez.
Regreso a la vaca, al muchacho pálido. Vuelvo a la habitación de la escritora, a su espacio propio, ganado por señoritas con nombres antiguos. La encuentro ya no dispuesta a tener sólo una habitación. Ella también quiere salir de ese espacio. La veo que mira por la ventana, convencida de su derecho de poder averiguarles la vida a sus vecinos; malas costumbres aprendidas de un señor llamado Onetti, y de otro, más joven, de apellido Wallant.
La escritora piensa en el tiempo de sus historias, no sabe en cuál detenerse, y mientras se decide escribe en ambos tiempos para no dejarlos tan íngrimos, tan solos. Desde la ventana de su habitación ve la ciudad en que vive e imagina otras calles sin nombres, excusas para tener la autonomía de nombrarlas. Yo estoy de acuerdo con ella, creo que está en su derecho, porque ¿cuál otro puede ser el lugar del escritor sino aquel que él puede crear?
21 comentarios:
Carolina, no sabía que me conocías tan bien, y menos, que pudieras describir Costa Rica de tal modo. Hasta la vaca pinkfloydiana de mis pasados y recientes potreros aparece aquí.
Bello texto, hermosa reflexión.
Saludos.
Carolina, me has transportado a tantas situaciones reales entre espacios internos; a la Casa tomada de Cortázar y a las incursiones de Wallant por lugares tan complejos y a la vez pintorescos al construir una de sus novelas, que me parece que la labor del escritor es tan compleja como bellamente expresada a través de tus letras.
Un saludo.
Carolina,
La verdad es que me gustó mucho ese texto cuando lo leyó en la bienal de Mérida. Creo que fue uno de los mejores con esa mezcla de narración y reflexión que es natural en usted. Felicitaciones y muchos saludos.
JC
Googleo antes de escribirte, busco Mérida y aparecen unas fotos excelentes, de vegetación exuberante, verde potentes, aguas correntosas, todo poder.
Y esa vaca en el patio de atrás, genial, una vaquita mansa como las que aparecen en las rutas argentinas.
Tu referencia a Wallant, que no conocía, me hizo buscar en la biblioteca pública, no hallé nada. A Onetti si lo leí, no encuentro un adjetivo que lo pueda definir de una vez, hay barroco, hay nostalgia, hay territorios únicos en Onetti.
Te felicito Carolina por haber publicado, seguir con esfuerzo y calidad en lo tuyo, la escritura.
Estoy de acuerdo con lo que dice acerca de la naturaleza de lo que uno escribe, no se puede despegar el tinte local y sino figura , está solapado.
te sigo leyendo, saludos
Me han encantado los contrastes que describes con tanta sensibilidad y belleza. Porque la vida es así de impresionista y la gracia está en como nos relacionamos con toto lo que nos rodea: patios, vacas, vecinos, asfalto...
¡Un abrazo!
Me gusta =)
saludos
A mí, la vaca ubérrima, la referencia al cuero y el color negro me recordaron a Pilar. Lo de caudillo, pedófilo (¿es esa palabra ahora que se murió Michael?) y posmoderno no lo entendí, pero asumo que sigues hablando de rebaños y grandes haciendas, como esas que hay en los llanos de Portuguesa o Barinas.
Cuando el escritor o escritora comienza a escribir sobre sí mismo o su obra, corre el riesgo de escribir una especie de "manual de instrucciones para el lector". Afortunadamente no ocurre esto con tu texto Carolina, pero el riesgo siempre existe.
En todo caso me ha encantado la capacidad evocadora del texto.
Fíjate que mientras leía, me venían a la mente dos imágenes que recuerdo con cariño:
Una es la ciudad de Managua, Nicaragua, Junto al Mall o el Food Court, inmediatamente está la casita campesina y con gallinas, vacas y hasta chanchera!!!!!
La segunda imagen es Geneve, Suiza, Junto al horroso edificio de la OIT, un campo de trigo, y hasta ovejitas a lo Heidi...
Estas yuxtaposiciones, son tan vívidas y auténticas, que por momentos siento que son imposibles una sin la otra...
Saludos!!!!
¿Se entienden esa vaca y el caimán (que no el predatorio Berlusconi) de la laguna adyacente al terreno adyacente? ¿Y qué tal les va a las tortugas? ¿Y la garza sola está todavía por ahí, sola?
A otra ventana solían llegar las infantiles tonadas de patria y muerte que arreciaban desde el estacionamiento de la plaza de toros. El Albarregas era una tímida sordina. Supongo que siguen llegando, pero otros serán los oídos que se deleitan con tales querubines.
Saludos.
Señoras y señores, camaradas, consumistas, bailarines de tap, amigos todos:
Creo que la vaca mariposa es quien tiene derecho a responder sus generosos comentarios.
Asterión:
Sí, en efecto soy una vaca mariguanera. Me gusta mucho Pink Floyd, sobre todo cuando sale de la ventana de Carolina.
Andromeda:
Carolina encontró a Wallant gracias a ti. Brindemos con pasto por ello.
Anónimo:
Yo estaba estacionada al lado del autobús de la universidad, en las afueras del hotel, por eso no pude escuchar la ponencia de Carolina. De todos modos sé de qué iba porque la escribía mientras me averiguaba la vida y la del emo que tiene por vecino.
Mariano:
Como buena vaca lechera me gusta mucho Mérida, y sí es cierto, su naturaleza es muy bonita. A mí me encantaría mudarme para la zona norte de la ciudad, hacia La Hechicera, allá es más frío y hay más pasto y montaña.
Olivia:
A mí no me gustan tanto los contrastes. Prefiero ese pasado campesino del que habla Carolina. los autos hacen mucho ruido. Lo digo una vez más: me quiero mudar para La Hechicera.
Blue Kitty:
A mí me caen muy bien tus gatos.
Germán:
Cambio mi decisión de mudarme. Ya no quiero vivir en La Hechicera sino en esas tierras suizas adyacentes a la casa de Heidi. Por cierto, ¿qué es de la vida de el abuelo?
Víctor:
Aquellos potreros....
Avilio:
Me parece que al caimán se lo llevaron para Barranquilla porque nunca más lo vi. El que ha llorado su ausencia ha sido el cocodrilo. Llora a lagunas, que no a mares. Las tortugas, los patos y las garzas siguen haciendo de las suyas. Por cierto, la laguna está hudiendo todo a su alrededor. De pronto van a ver una vaca en medio de la laguna.
Gracias a todos y MUUUCHO GUSTO.
Carolina, honesto y bello texto. Me encantó haber compartido la mesa contigo. Esa vaca (que no Minotauro)deberíamos adoptarla como mascota de la Bienal.
Abrazos!
G
Querido Gustavo:
Esta vez voy a responder yo porque la vaca se emocionó tanto con tu propuesta que no ha parado de llorar. ¿Qué te puedo decir? feliz de haber conocido en vivo al ídolo de esta generación literaria, que no Guillermo Dávila, el mismísimo Che veneco Gustavo Valle.
Ahora, para hablar de la mesa, quiero decir que tu texto con el europeo del este fue una cosa amena y buenísima. Así que ya nos podemos chuletear en los exámenes.
Un abrazo para usted, para ti, para vos.
P.D. En principio la vaca estaba nerviosa por encontrarse sentada en la misma mesa de un cuatrero, pero te comportaste como un buen muchacho.
¡Oh Gustavo! no confíes en los halagos de la Carolina iconoclasta. Seremos cizañeros -y que Luis me acompañe en ello-: ¿Olvidas, Carolina, el desplante memorioso que le hiciste al Guillermito Dávila, ídolo de aquella generación, en un rincón de Caracas, al cual se te quedó mirando mientras te alejabas en bus? Quién si sabe si algún día le harás lo mismo al Guillermo Valle ídolo nuestro, rimador con Dávila. Yo que Uds., Guillermo aquél y éste, me cuidara de esa extremista del cuarto mandamiento.
Cómo olvidarlo, Víctor, cómo olvidarlo. Ocurrió en Chacaito, en las inmediaciones de Beco, yo me monté en un bus con destino a La Candelaria, y Guillermo llegó a la tienda de música "Allegro" (creo que así se llama), pero antes de entrar se detuvo en la puerta esperando que alguien se le acercara, mientras yo esperaba que el bus se llenara de pasajeros para que arrancara, y el chofer se tomaba un café en un kiosco cercano. Desde el asiento veía la necesidad del ídolo de ser reconocido, y cometí la maldad de mirarlo como se mira a un anónimo,no mostré sorpresa, ni siquiera le sonreí, ni por Ligia Elena, ni por Nacho, ni por "llevo cocos y melones para endulzar los corazones", ni por nada. Purita maldad, pura y gratuita, el engendro del mal. Lo hice con cinismo, en un arrebato de mala gente, para que sintiera el desgaste del tiempo, la muerte de los dioses.
Después les cuento la anécdota de Camilo Sesto, vestido de rojo en Santiago de Chile.
"Me pongo a pintarte y no lo consigo..." ¡Ésa es toda un poética, señores! Post-tráfico, post-Guaire. Sentido urbano, re-invención de lo cotidiano. Dicen que Guillermito eran gran lector de Ezra Pound. En esto coincide con Alejandro Oliveros. De cualquier forma, desda ya activo el pararrayos (cortesía de
Víctor), y saldré vestido de azul por Buenos Aires a ver si me desencuentro con mi millón de amigos. Ah, después les cuento la anécdota de Roberto Carlos en Petare.
Saludos.
“Después de estudiarte lentamente termino pensando…” Eso le digo a diario a Carolina, y la conclusión de lo que pienso me fuerza a acusarla: ¡eres perversa, traicionerita! Haberle hecho semejante cosa al ídolo de esta generación, de la anterior y de la que sigue, lector de Ezra Pound, ex-marido de la Chiqui, el hombre que al inicio de su carrera te pidió que te dejaras amar como sólo lo puede hacer él (tratándose de Guillermo Dávila no me pongo celoso). Imperdonable. Debido a ese desplante, nunca te he contado la anécdota de Nelson Ned en Maracaibo… Se las cuento a todos después.
Esto se está empezando a poner oscuro. Dentro de poco aparecerá Víctor hablando de Felipe Pirela en New York. Si Pirela nunca estuvo en esa ciudad Víctor inventará esa probabilidad. No sé a dónde quieren llegar, pero me muero por escuchar la historia de Roberto Carlos con el millón de amigos en Petare y Nelson Ned en las barandas del puente sobre el lago de Maracaibo.
Ah, ¿alguna vez les conté que vi a Irene Sáez en Margarita?, ¿no?, bueno algún día lo haré. Seguro Luis picará adelante y dirá que él fue besado por Bárbara Palacios en Brasil.
En Rio de Janeiro, en 1990, Bárbara Palacios me besó… y no en uno, sino en los dos cachetes. ¡Tomen, canallas!
Ya había oído yo decir que a Bárbara Palacios le gustaba hacer actos de caridad.
"Vivo y escribo en Mérida, ciudad en donde el tiempo transcurre más lento y a veces tiene asomos de postales de inviernos extranjeros." Paso por aquí a leerte y me tropiezo con Mérida... es dificil no hablar de ella, y de verdad todo lo que dices es muy cierto. Para mi Mérida está tan llena de caras que el fondo es como solitaria... es extraña. Percibo a esa ciudad como algo inexplicable, ahorita le tengo miedo jeje...pero es imposible no sentirla. No te parece que a veces es como solitaria, independiente?
Mishka:
Esta ciudad siempre me ha parecido medio bruja. Entre tanto mito y tantas montañas algo se le pega a ella.
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