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miércoles, 4 de febrero de 2009

El silencio de Bergman


Anoche vi una película de Ingmar Bergman: Tystnaden (El silencio, 1963). Hoy no voy a hablar de la genialidad de Bergman, del rigor de sus guiones, de la lentitud de sus escenas, ni de la perfección de sus encuadres, tampoco de  la dureza de su temática que en más de una ocasión le deja a uno un sabor seco en la boca. Hablaré de algo que me inquietó a lo largo del filme: la incomunicación. En El silencio Anna (Gunnel Lindblom) y Esther (Ingrid Thulin) viajan en tren junto a Johan (Jörgen Lindström), un pequeño niño que a ambas mujeres llama mami. Los tres se dirigen a casa, sin embargo la enfermedad de Esther los obliga a hacer una parada en un lugar desconocido, en un pueblo que ellos creen se llama Timoka.

La convivencia entre esta familia de pocas palabras es bastante tirante. Anna y Esther no se llevan bien, apenas si se soportan y entre ambas hermanas existe una oscura tensión sexual, cuya manipulación por  parte de Esther explotará con la sublevación y renuncia de Anna quien metida en la cama al lado de un amante ocasional tratará de sacudirse el yugo de su hermana mayor.

En todo el filme hay una fijación por el hecho comunicativo y su incapacidad de materializarse. A través de los ojos del niño en el tren vemos la guerra que está afuera, una guerra sin lengua, únicamente hecha de ruidos de tanques y sonidos de vuelos de aviones. En medio de ese afuera bélico, los  tres viajeros se detienen en un pueblo de una lengua desconocida. Ni siquiera Esther, cuyo oficio es el de la traducción, logra comunicarse con el único personaje del lugar con el que interactúa, un empleado del hotel donde se alojan. Esther, mujer alcohólica, trata de obtener una botella y le pregunta al empleado si habla francés, inglés o alemán (su pregunta la formula en  cada uno de estos idiomas). El hombre sólo atina a esgrimir gestos de desconocimiento.

En ese hotel casi desértico, los tres inquilinos compartirán su estadía con un grupo de enanos españoles que se presentan con su espectáculo en el pueblo. Johan logra establecer contacto con ellos. Solamente el niño, en su exploración de ese mundo adulto, extraño y ajeno  que lo rodea establecerá algún tipo de comunicación. Una comunicación basada en miradas, gestos, sonidos y muy pocas palabras.

Anna, presa de un calor sexual que la mantiene en un constante refrescarse y en un juego incestuoso con el pequeño Johan, decide salir a recorrer el lugar en búsqueda del apaciguamiento del fogaje y la liberación de su hermana celosa y enferma. Ella logra llevarse  un hombre a la cama, un mesonero de un bar, con quien confiesa estuvo por primera vez en una iglesia. Durante el encuentro, en una de las habitaciones del hotel, el hombre no emite una sola palabra.  El sexo con un desconocido es la vía para Anna hacer catarsis y poder “pronunciar” el odio hacia su hermana. Sin embargo, su oyente es un sujeto de lengua extranjera, quien no entiende una palabra de las tribulaciones  de la mujer.

El silencio entre Anna y Esther sólo conseguirá romperlo, en breves instantes,  la música de Johann Sebastian Bach. Su música, amada por Esther, es la única que permite una breve cordialidad familiar en esa escena de perfección casi simétrica donde ambas mujeres intercambian amables palabras y el niño se sienta en medio de las dos, acercándose un poco más a Esther, ante quien se suele mostrar de modo renuente.

Al final, cuando Anna decide partir con Johan, dejando a Esther en un mundo solitario y sin interlocutores, esta última escribirá para Johan unas pocas palabras que ha aprendido de esa lengua extranjera. Esa será su despedida mientras espera que la muerte la sorprenda en una lengua que desconoce.  

martes, 13 de enero de 2009

El viaje


Topio stin Omichli, 1988
Dirección: Theo Angelopoulos
Guión: Tonino Guerra
Música: Eleni Karaindrou

martes, 6 de enero de 2009

Ich liebe dich


Hoy me encontré en la página de la BBC en español una nota que cuenta, con la brevedad característica de un medio periodístico, la aventura de tres niños alemanes que pretendían viajar rumbo a África para casarse bajo el sol. La nota completa la pueden leer en: http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/misc/newsid_7813000/7813642.stm.  Según los adultos, testigos de la frustrada aventura, los niños no llevaban dinero, ni boletos de viaje, pero sí: lentes de sol. Los pequeños sólo pudieron tomar el tranvía y llegar hasta la estación del tren. El siguiente paso sería  el aeropuerto. Esta historia de precoces trotamundos me recuerda la película de Theo Angelopoulos, Paisaje en la niebla (Topio stin omichli, 1988), filme que cuenta una historia semejante a la de los chicos alemanes, sólo que con una travesía mucho más larga y un final menos feliz.  Voula y Alexandros, los personajes principales del filme,  viajan hacia Alemania en búsqueda del padre. Un padre que no es más que una figura creada a partir de los escasos datos aportados por la madre. El padre de Alexandros y Voula es un hombre que no existe, así que hay que imaginarlo, inventarlo, tratar de cogerlo como una figura que se desvanece en la niebla. No en vano el pequeño Alexandros dice al principio de la película: “Anoche soñé con él, parecía más alto”. Y en esas cartas imaginarias que escribe en su cabeza, remite: “Querido padre, te escribo porque hemos decidido ir a verte. No te hemos visto nunca y te echamos en falta”.

Durante su viaje, los niños se toparán con el bien y el mal, con la ansiedad y la precariedad. Sabrán de la errancia de los viejos actores, tan característica del cine de este director griego. Los veremos en esas largas secuencias sobre caminos  grises y mares fríos, acompañados por el lirismo de los parlamentos escritos por Tonino Guerra: “Querido padre, ¿cómo hemos podido esperar tanto? Viajamos como hojas que se lleva el viento. ¡Qué mundo más extraño! Maletas, estaciones heladas, palabras y gestos que no se entienden. Y la noche, que nos da miedo. Pero estamos contentos. Avanzamos”.

Ambas historias, que curiosamente coinciden en un punto geográfico: Alemania, son hermosas y tiernas.  La primera, real y cautivadora, los pasos de unos niños que buscan consolidar su  amor en una lejana África, en una boda cálida, alejada del frío del norte alemán. La segunda, fílmica, poética, amarga pero esperanzadora, va tras los pasos de un padre que desaparece con sus pies hechos de niebla.  


martes, 4 de noviembre de 2008

Cuadernos cineastas venezolanos: Luis Armando Roche


El domingo 09 de noviembre será presentado, en el marco de la FILVEN 2008, el libro sobre la obra cinematográfica de Luis Armando Roche, escrito desde este tejado por esta inquilina por encargo de la Fundación Cinemateca Nacional. Luis Armando Roche es un cineasta con una búsqueda interesante y poseedor de un don de gente, sabroso. Realizador de la primera road movie venezolana: "El cine soy yo" (1977); película que contó con la participación de la actriz francesa de la época de Godard: Juliet Berto. Roche también cuenta en su haber con un documental sobre Carlos Cruz Diez, hecho en el taller del artista plástico en Francia, a principios de los setenta. Si alguien quiere saber sobre el proceso de las famosas fisicromías de Cruz Diez, debe ver este trabajo: "Carlos Cruz Diez en la búsqueda del color".
Si andan por Caracas, están invitados.

jueves, 9 de octubre de 2008

Father and Daughter

Sólo suban en esa bicicleta y déjense llevar.

Father and Daughter
Escrito y dirigido por Michael Dudok de Wit