lunes, 20 de abril de 2009

Golondrinas suicidas

Hoy volvieron las golondrinas y con ellas trajeron la lluvia. Hacía días que no llovía en esta ciudad acostumbrada al gris después de las cuatro de la tarde y al amarillo de las flores de sus balcones, plazas y parques. Al principio cae una lluvia mojigata que poco a poco se va  haciendo fuerte y con pisadas seguras. Las montañas están cubiertas de ese gris y yo las miro en su bruma invisible, con el deseo de que cuando despeje la nieve aparezca pegada sobre esas moles verdes que encierran esta ciudad.

La lluvia y el frío han empujado a mi vecino a coger su flauta y tocar esa música andina que a mí no me gusta. Música tristona y empalagosa. Prefiero a la loca de mi vecina que a veces le da por poner, a todo volumen, canciones de U2 y Los héroes del silencio. A ella no la conozco pero deduzco que me es contemporánea por el tipo de música que escucha. El flautista sigue con sus notas dulzonas enloqueciendo las golondrinas que atraviesan la neblina sin sentido de un lado para el otro. El cóndor pasa, aquí el cóndor no pasa, los cóndores se extinguieron hace rato, apenas sobreviven algunos pares que trajeron desde la tierra de Mark Twain y que mantienen encerrados en un parque en el páramo. Una pareja de cóndores gringos que de vez en cuando sueltan para que con su vuelo entretengan a turistas maracuchos que viajan desde su tierra para intentar ver las torres petroleras desde la altura de los Andes. Esto no es un cuento, un día estando en Pico El Águila vi cómo uno de ellos observaba la lejanía del horizonte y se preguntaba si desde allí podría divisarlas.

Mi vecino no deja la flauta y lo peor es que es muy mal músico. Me obliga a escucharlo mientras observo un pájaro parado sobre la azotea de un edificio cercano. El pájaro está empapado, creo que debería buscar cobijo si no quiere pescar un resfriado. ¿Los pájaros pescan resfriados? Me quedo mirándolo y pienso que debería volar hasta el hombre de la flauta y pararse sobre ella, luego caerle a picotazos hasta matarla.

La neblina se hace cada vez más espesa, la ciudad se vuelve gris, llorona, fría. Esta es la ciudad del suicidio, así lo confirman las estadísticas. Tenemos cuatro viaductos, uno de ellos relativamente nuevo y otro, el más antiguo, tuvo que ser cercado por ser el lugar preferido por los suicidas. A tanto llegó la atracción por lanzarse desde ese punto que cuando comenzaron a cercarlo con un material poco seguro, bastante endeble para un alicate, hubo quien hizo un hueco y se lanzó al abismo. Hace apenas una semana una mujer se tiró desde el más nuevo, inaugurando así lo que puede ser el presagio de otras muertes inducidas. Esas historias son parte del bagaje cultural de los habitantes de Mérida, yo misma he conocido algunas. Una noche, mientras regresaba sola del cine, me disponía a cruzar el viejo viaducto con destino a mi casa cuando divisé, a lo lejos, un taxi parado en medio de la avenida, poco a poco me fui acercando y vi llegar  a miembros de los bomberos y defensa civil. El taxista acababa de hacer su última carrera.

Sigue lloviendo, ojalá amanezcan las montañas nevadas.  El flautista continúa con su cantaleta. ¿Sabrá el vecino flautista que el nuevo viaducto ya está disponible?