miércoles, 18 de noviembre de 2009

La Cruzada de María Eugenia


María Eugenia, la madre de Ana Paula, se convirtió al evangelio una vez internada en el asilo. Desde entonces escucha voces que vienen del cielo y le dan órdenes. Ella es la elegida para mediar entre Dios y la corrupción del hombre en la tierra, asegura a sus médicos, también a sus colegas. Su principal misión es exterminar el mal concentrado en un cuerpecito infantil llamado Ana Paula, pero esto no se lo confiesa a nadie, únicamente lo habla a solas, mientras planifica cómo darle muerte a su siniestra hija.

En un descuido de los guardianes del asilo, un día María Eugenia logró escaparse, llegó hasta el centro de la ciudad, pidió dinero como una mendiga y con lo reunido se dirigió a una tienda de telas y luego a una quincallería donde, según ella, la atendió dios metamorfoseado en chino. Dios le vendió un Cristo de plástico, que emite quejidos propios de la crucifixión al apretarle los pies. Con la tela comprada se hizo un manto y regresó al asilo por voluntad propia, en ese lugar se haría de un ejército para combatir el mal que ella engendró en su vientre.

El adoctrinamiento fue rápido y sencillo. A María Eugenia se unieron Felipe Aristegui, mejor conocido como Napoleón Bonaparte; Matías el gordo; Iñaki el flaco, dos locos inseparables a quienes las enfermeras llaman Sancho Panza y Don Quijote; María Trinidad, una vieja que atrapa moscas y se las come; y dos locas jovencitas, adoradoras del sol, conocidas en el asilo como Minerva y Artemisa.

Alertados por el movimiento religioso de este grupo de pacientes, los médicos decidieron dar de alta a María Eugenia para evitar que el manicomio se convirtiera en un centro religioso. Como era de esperarse, los locos se resistieron a la drástica medida, y para demostrar su descontento organizaron el Frente Religioso de Defensa Popular, se atrincheraron en la sala de visita y cogieron a dos enfermeros como rehenes. El líder de la revuelta era Napoleón Bonaparte, quien comandaba las operaciones yendo y viniendo dentro de la habitación, con las manos cruzadas sobre la espalda y un mohín de cavilación constante en su rostro. En el centro de la sala se encontraban María Eugenia, Minerva y Artemisa con los brazos extendidos al sol, y las cabezas completamente rapadas, y dando vueltas alrededor de ellas estaba María Trinidad cazando moscas. La sala era custodiada por Don Quijote y Sancho Panza, quienes portaban tremendos machetes que le habían robado días antes al jardinero del manicomio.

Leopoldo, un químico recluido por voluntad propia, que esperaba en el asilo la noticia del otorgamiento de su merecido premio Nobel, era el encargado de mediar entre los alzados y la dirección del manicomio. Sin embargo, María Eugenia se cansó de las negociaciones y amenazó con asesinar a los rehenes si no le permitían irse con su séquito a hacer la cruzada contra el mal. Leopoldo respaldaba la petición de la ungida y advirtió a la directora que volaría el sitio con una bomba que tenía en su cabeza de no aceptar la propuesta de María Eugenia.

El Frente Religioso de Defensa Popular fue liberado y huyó por los caminos verdes. Leopoldo se quedó en el asilo, diseñando una fórmula letal para envenenar el agua del planeta si no se le otorgan el Nobel. Cuando Lucrecia, la gata de Ana Paula, avizoró desde el ático a la hilera de locos que se dirigía a la casa, se lamió los bigotes con hambre maligna.



5 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente relato, joven. Se nota que usted tiene mucho talento para la narración de lo absurdo y un poco macabro y esas cosas como que nos hacen falta demasiada falta, no? La felicitos.

RebecaTz dijo...

Vaya, carolina, me dejas padeciendo como seguramente les pasaba a las damas lectoras de folletines en el siglo XIX.
¡¡La siguiente entrega deberá tramitarse como urgente!!

Un saludo.

mario skan dijo...

Hola Carolina, esperaba tu relato de María Eugenia y Ana Paula, que me pareció genial y ocurrente con esos personajes totalmente chiflados viviendo una realidad alucinada. Me imaginé a las tres rapadas y a la cuarto cazando mosca, ja, flor de escena. Lo del chino que vende cristos de plásticos que hablan genial.
aguardo por los otros capítulos.
saludos

juan carlos olivas dijo...

Mucho gusto Carolina, este relato me ha encantado sobremanera, atrapa al lector desde el primer momento y lo se quiere soltar, hay un misterio interesante. Toda una joya de escrito.

Saludos.
Juan Carlos

Carolina dijo...

Estimado anónimo:
Macabros son los cuernos.
Estimados identificados:
Ya vendrán las nuevas entregas de Ana Paula, muchas gracias por el entusiasmo. Alegres saludos para ustedes :)