viernes, 29 de agosto de 2008

La azotea



La azotea no es un lugar, es un recuerdo alojado en la memoria. Son los trapos limpios y nuestras madres colgándolos para que sequen. Es el viento empujándolos, dándoles cuerpos de fantasmas. Son los trastos viejos, arrumados, empobrecidos. Radios am, sillas rotas, el televisor descompuesto que algún tío intentó reparar y luego arrinconó en el olvido. La azotea es el lugar de los aquelarres, de los escondites, zona de masturbación y amores adolescentes. Las historietas eróticas y las novelas rosas escondidas entre las cabillas y bloques de construcción, lejos de las miradas inquisidoras.

La azotea son nuestras incipientes tetitas asomadas con vergüenza ante los planos pechos de los muchachos. Es la sorpresa de nuestra primera regla apareciendo entre los juegos con varones. Lugar común de palomas y antenas televisivas, el espacio metafísico para observar el mar y ser cobijada por el vuelo de aves extranjeras. Pobre terreno del olvido. La azotea es el lugar en el que me siento a esperar horizontes y a escribir sobre extranjeros sin patria, mujeres hermosas y tristes, senos en formas de magnolias, Alicias cruzando mediodías, Eva esperando trenes de olvido. En la azotea leo a Natalia y cierro los ojos de Nina. Lugar en el que me siento a escuchar los sonidos de viejas películas mudas, aprender los guiones de Ingrid Bergman y recordar los amantes que estuvieron entre mis piernas. Azotea para rememorar, llorar, escribir y colgar las historias en los tendederos de ropa y ver como se van destiñendo por los corrosivos efectos del sol y del tiempo.

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