Porque en medio de tanta ridícula solemnidad, cerca de tanto disparate, la carcajada es necesaria. Escribí La República para no ahogarme, para lograr drenar tanto bullicio allá afuera, tanto sinsentido. El cuento completo está en Las Malas Juntas.
La República
Turén es un pueblo tan tranquilo que si le
declararan la guerra se rendiría inmediatamente, y de este modo se ahorraría el
engorroso proceso heroico de tener que defender y salvar la patria. Acaso la
noción de patria a los turenenses no los remita más allá del aviso de entrada
al poblado, al que le falta una letra y que se lee así: “Bienvenidos a urén.
Temperatura promedio: 19º. Población: Casi cien mil”. A lo sumo, la patria para
estos ciudadanos puede ser la mujer con quien duermen, los hijos, la mascota,
un día feriado para irse a pescar. Los habitantes de Turén tienen poco de qué
jactarse, salvo de aquella muchacha cuyo mayor logro fue ser la modelo de un
programa de concursos en el extranjero, donde ella era la encargada de hacer
girar la ruleta de la fortuna, vestida con una falda tan corta que las madres
más mojigatas no permitían que sus hijos vieran la transmisión. El resto sí la
veía, orgulloso de su paisana, domingo a domingo, hasta el día en que el
programa fue cancelado por baja audiencia. Antes de la cancelación, Tatiana ―la
modelo— había estado de visita en Turén, y fue recibida con honores por la
banda municipal, y el alcalde, luego de pronunciar un discurso magnánimo que
hizo llorar de emoción a más de uno, le entregó las llaves de la ciudad. Todo
Turén se echó a las calles a recibirla. Tatiana paseaba en un antiguo
descapotable, saludando a los presentes con besos y sonrisas. El que estuvo muy
cerca de ella pudo comprobar que su abrigo no era de piel auténtica y que su
aliento no era el de una reina. Turén era una fiesta, y fue ésa la última gran celebración
colectiva antes de que llegara a la ciudad el proceso de reacomodo y redención
social y patriota conocido como la República.