miércoles, 4 de enero de 2012

Diálogo entre mesa y sombrilla

      -Es muy raro que no se haya devuelto. ¿Hace cuánto se fue?
-           Una media hora más o menos; tal vez no quiera saber nada más de nosotros. Se hartó.
-           Estamos claros que las discusiones las comienzas tú.
-           Sí, y tú las callas con tu indiferencia; así no se puede.
-           Ella debería estar de vuelta.
-           Ves, discutir contigo es como hacerlo con una máquina de coser con una sombrilla encima.
-           No sé a quién se le ocurriría esa imagen.
-           A mí tampoco y ni me importa. Me gustaría que aclaráramos nuestra situación.
-           Hablamos de eso cuando estés más relajado.
-         ¿Más relajado, dices? Será muerto, sólo así me relajaría contigo. Eres capaz de sacar de quicio hasta a un santo.
-           Eso depende del punto de vista. Yo me siento bien, relajado. Quizás un poco inquieto porque me parece muy raro que ella no esté de vuelta. ¿Le ocurriría algo?
-           ¿Qué le va a estar ocurriendo? Ella sabe su camino. Déjala quieta. Lo nuestro es grave.
-           ¿No te parece grave su ausencia? ¡Eres un insensible!
-       Ja, lo que faltaba, el colmo de la ironía. Un robot me tacha de insensible. ¿Sabes qué? Ya no quiero continuar este diálogo de sordos. Vete al infierno.
-         ¿Adónde vas?
-           ¿Qué te importa?
-          Es que pensé que de pronto te ibas a meter al agua. Y se me ocurre que la podrías traer de vuelta.
-          ¡Bah, imbécil!


La ola regresó unos minutos después, arrastrando consigo una máquina de coser y una sombrilla amarilla; ambos objetos separados.

Ilustración: Robert and Shana Parkeharrison