miércoles, 23 de febrero de 2011

Amor tóxico


Llevas horas acostado en posición fetal. Son las once de la noche y yo te miro, sentada en el sofá. Es mejor que te levantes del piso, esa alfombra está sucia y huele mal. Levántate, ya te preparé algo de comer. También hay tragos, si es lo que quieres. Sí, sé que te he dejado solo durante mucho tiempo, pero ahora he venido a cuidarte. No me estoy justificando, reconozco que no acudí a tu llamado, que gritabas auxilio y yo pasaba de largo, ocupada en mi indiferencia. Y tú afuera, mojándote mientras llovía. Debí tomar un paraguas y acudir a tu desamparo, abrazarte y secar el dolor que te cubría la piel. Claro, todo eso fue ayer, hoy es otro día. Y tú, durante todo ese tiempo caminando sobre la cuerda floja, haciendo las acrobacias de un loco. Las puertas, las ventanas y los corazones cerrados. Nadie estaba dispuesto a escucharte, a oír tus lamentables parlamentos de loco, adicto y suicida. Te asomabas a las puertas y tocabas, buscando que alguien te abriera y aguantara tus descargas y frustraciones. Llegabas a las mesas de los bares y los presentes se levantaban para despedirse abruptamente, ante tus dosis de odio y vicio. Nadie te necesitaba y tú nos necesitabas a todos. Afuera no había nada, ni siquiera el viento. Sólo señales de tránsito, silencios de palabras, soledades escondidas detrás de los vidrios cerrados de los automóviles, y el bullicio y los olores de las calles, lo de siempre. Y así te fuiste alejando poco a poco de la realidad, entre botellas y muchas jeringas, entre la dosis preparada que se calentaba sobre una lumbre amarilla. Entonces ya nada importaba, ni la familia que nunca existió, ni los amigos que no eran amigos, ni el sexo que ya no era tan bueno como la dosis intravenosa. Un orgasmo repotenciado a la enésima potencia, un orgasmo sin coito. Sólo tú y la jeringa. Una fina aguja que se clavaba sobre la piel rota y morada de tus brazos cada día más desmejorados. Entonces ya nada existía. Entonces todo era tú y la santísima madre de Dios que se introducía por las venas rojas y azules. Ella, tú, sus orgasmos. Pero el amor, hasta el más placentero, se acaba.

Y ahí estás, dormido en posición fetal, buscando nacer de nuevo. Sin responder al llamado que te hago. Estás frío, loco, flaco y pálido, con los brazos marcados por sus besos mortales. Y yo miserable, dejándote una vez más solo. Yéndome antes que lleguen los sonidos de emergencia de una ambulancia acostumbrada a cargar heridos y muertos en vida. Hago la llamada, doy un nombre falso, apago la luz, sólo dejo que un pedazo de luna llena ilumine tu rostro como un actor que se hace el muerto en mitad del escenario. Solo y muerto. Abro la puerta, me voy, no llevo pena.

Ilustración: Jean-Michel Basquiat

lunes, 21 de febrero de 2011

Te espero en Birosca


Alguna vez tuve una amiga que estaba "de la cabeza", y hace tiempo escribí esta historia pensando en ella. Hace rato encontré el texto en archivos viejos, estuve a punto de tirarlo a la papelera, pero decidí subirlo. Los tejados aguantan todo. Bueno, en fin, dedicado a la muchacha de la cabeza y a los que van a Birosca:

Te espero en Birosca

El señor Mejía

El señor Mejía lleva casi veinte años trabajando en el mismo kiosco en la esquina de la avenida 2 con calle 24. Con la venta de periódicos, las golosinas y la lotería, ha logrado mantener a su familia. Rosario, su hija mayor, está por graduarse de bachiller con muy buenas notas. El señor Mejía está orgulloso y se lo cuenta a sus clientes.

Ligia Elena

Estudia cuarto año de odontología. Su madre le puso ese nombre por una telenovela que veía cuando era joven. Hoy Ligia Elena tiene su primera práctica odontológica en el hospital universitario. Está muy nerviosa y va a buscar a su amiga en la facultad para que la acompañe al cementerio a prenderle una vela a Machera, para salir bien librada de esta prueba. Cuando pasa por el kiosco que está cerca de su facultad, saluda al señor Mejía, a quien conoce desde que comenzó a estudiar en la universidad y a cuya hija le ha explicado nociones básicas de matemática de bachillerato. El señor Mejía la saluda y le dice que la Rosario se le va a graduar este año. Ella lo felicita y le manda saludos.

Renzo

En realidad se llama Jesús Alberto, pero sus amigos le pusieron Renzo para darle abolengo italiano a sus transas mafiosas. Renzo trafica con drogas desde que era un muchachito. Al principio, los narcos lo usaban para hacerles llegar la droga a sus clientes. Con el tiempo y la bravura adolescente, Renzo comenzó su propio negocio, no sin antes haber pasado por enfrentamientos con sus antiguos jefes. Un balazo en el hombro y una pequeña marca en las costillas dan fe de su peregrinaje por el violento mundo hamponil. Sus amigos lo respetan, la gente le teme. Dicen que se ha salvado de la muerte porque siempre lleva unos escapularios rezados y una estampita de Machera en la cartera.

Hoy Renzo no tiene ganas de meterse en problemas. Quiere ir a bailar un rato en Birosca y ver si corre con suerte y logra ligar con alguna chica. Renzo no es apuesto, pero su aire temerario y ese modo de mirar con indiferencia lo hacen atractivo entre algunas muchachas raras de esta ciudad.

Katherine

Es la única hija de Libertad, una madre soltera que se vino a Mérida huyendo de los excesos caraqueños y se internó en el pueblo de El Valle, donde montó su propia tienda de artesanías y vino de mora. Katherine está enamorada de Renzo y nadie puede hacer nada para sacarle esa loca idea de la cabeza, ni siquiera la Nena, su mejor amiga, a quien hoy dejó hablando sola en mitad de la plaza Bolívar cuando vio pasar por la calle del frente a Renzo y a dos de sus secuaces. “Cuídate”, le dijo la Nena. “Tranquila”, respondió Katherine, y caminó rápidamente detrás de Renzo, quien al verla venir, avisado por sus compañeros, fingió no verla.

Renzo está aburrido de Katherine, así que se escabulló por el boulevard de los pintores y ella pasó de largo, sin lograr ver dónde se había metido, mientras Ligia Elena entraba en la facultad de odontología y los muchachos de ALUCINE fijaban en la cartelera del teatro César Rengifo la programación del mes de julio.

Rosario

Siempre ha sido buena estudiante, es el orgullo de su padre. Rosario esta noche va a celebrar su propia fiesta de graduación. Leo, su novio, la llamó y le dijo: nos vemos en Birosca, pero Rosario tiene un problema: a su padre no le gusta ese lugar. Él trabaja cerca del bar y dice que ve muchas cosas feas: droga y depravación, es de los que opinan que ese sitio deberían cerrarlo, que está corrompiendo a la juventud. Rosario no le hace caso a las consideraciones de su padre sobre Birosca. Muchas de sus amigas lo frecuentan y a ellas nunca les has pasado nada, más allá de unos besos con extraños. Rosario jamás ha podido ir porque es menor de edad y casi no la dejan salir de casa, pero eso está resuelto para esta noche. Hoy tiene derecho a celebrar y lo de la minoría de edad: se resuelve con el viejo truco de la cédula de una prima.

—Sí, Leo, nos vemos en Birosca.

Crónicas urbanas

“A Machera le gustan las velas azules”, eso lo sabe todo el mundo, le dice Maira a Ligia Elena cuando se detienen antes de entrar al cementerio a comprar la ofrenda al santo favorito de los estudiantes. “¿Y por qué le gustarán las velas azules?”, le pregunta Ligia Elena a su amiga. “No lo sé, será para alcanzar la luz”, responde Maira, y ambas jóvenes se meten en el cementerio. Las dos amigas pasan cerca de las tumbas de la dinastía de los Febres Cordero y los Picón Salas y apenas si saben quiénes fueron, pero todo el mundo en Mérida sabe quién fue Machera, y su tumba es la más visitada de ese viejo cementerio, cuyo arco de entrada tiene una inscripción en latín que nos recuerda lo precaria que es la vida: hodie mihi cras tibi; (hoy a mí, mañana a ti). ¡Recontrazas!

Cuando las mujeres llegaban, se cruzaron con dos hombres que iban saliendo del camposanto y que inmediatamente se subieron a una moto. “No tienen buen aspecto”, dijo Ligia Elena. Maira no le hizo caso al comentario, y las dos siguieron caminando. Los hombres de la moto dejaron atrás las calles aledañas al cementerio El Espejo y se dirigieron vía calle 19. Merodearon los sectores que bordean la plaza Bolívar; mientras uno de ellos esperaba en la moto, el otro se bajaba a inspeccionar los bares. “Buscan a alguien”, eso fue lo que pensó el señor Mejía cuando los vio en actitud sospechosa, y así se lo hizo saber a un cliente que compraba lotería. “Esos andan en algo raro, ya les conozco el estilito”, subrayó. El cliente se fue con su triple y permuta en el bolsillo. Suerte, le deseó el señor Mejía.

Katherine dio varias vueltas buscando a Renzo y no lo encontró. Con rabia y tristeza se sentó en el café del boulevard, el París Tropical. Antonio, el mesonero, le llevó una cerveza bien fría. En la mesa de al lado, una mujer escribía historias de la ciudad. Usaba gafas rojas y oscuras y unas botas de cuero que le llegaban casi hasta las rodillas. Katherine la observó con el típico gesto desdeñoso que asumen las mujeres cuando se miran. Pidió otra cerveza. Del otro lado de la mesa, la otra mujer tomaba café. Katherine se tomó la tercera cerveza, pagó y se levantó. La escritora la vio pasar a su lado. Caía la noche, hacía un poco de frío.

A Ligia Elena no le tembló la mano cuando le sacaba la muela a su primer paciente. A su lado tenía a la profesora que inspeccionaba toda la operación. Lo hizo bien, le dio gracias a Machera. Había que celebrar, eso fue lo que propuso Maira cuando la vio salir del consultorio con una sonrisa de triunfo. “Vamos a Birosca”, la invitó Maira después de abrazarla y felicitarla. “Está bien, me cambio de ropa y nos vemos en Birosca”.

Rosario estaba ansiosa, y aunque a su padre no le gustaba mucho la idea de que saliera con Leo, no se iba a oponer porque ella tenía una celebración bien merecida. Se puso el piercing que usaba a escondidas de la familia y se puso esos sostenes nuevos, que le levantaban el busto. Hoy vería a Leo.

En la noche, Renzo se apareció en Birosca con sus amigos. El vigilante no lo quería dejar entrar, pero uno de los guardaespaldas de Renzo le advirtió que no se metiera en problemas. Adentro, la música chocaba contra las paredes y ventanas y la gente se concentraba a bailar en mitad de la pista. Rosario se encontró con Leo, se dieron un beso en los labios y se abrazaron. Maira y Ligia Elena llegaron más tarde. Maira estaba decidida a confesarle a Ligia Elena que no le gustaban los hombres, pero que no se preocupara, que ella tampoco le gustaba, pero que sí le gustaban las mujeres.

Cuando Katherine se apareció por Birosca, ya venía de un recorrido por los bares cercanos. Había peinado el Alfredo, el Margarita, La Viuda, Om, El Hoyo del Queque y etc. Katherine se sentía despechada y la Nena no quiso acompañarla. Su amiga estaba cansada de escucharle las mismas historias. Al entrar a Birosca, Katherine vio a Renzo bailando en el centro del salón con un grupo de mujeres y hombres. Todos saltaban al ritmo de Café Tacuba. Katherine se metió en el medio de Renzo y una morena de cabello muy largo, un poco felina. Sin inmutarse por la presencia y apariencia de su contrincante, sonrío y se dirigió a Renzo: “sabía que me esperabas en Birosca”, y comenzó a bailar. Renzo no pudo evitar poner mala cara, la morena le gustaba; en cuanto a Katherine, simplemente estaba harto de ella. Katherine le hablaba y él no la oía, la música estaba muy alta y él tampoco tenía ganas de escuchar sus eternos reclamos, aunque en realidad ella le estaba contando que, en la tarde, cuando iba saliendo del Hoyo del Queque, uno de sus bares favoritos, unos motorizados casi la atropellan. Ella los maldijo y ellos se echaron a reír. Y ese tipo de abusos sí no los soporta ella, porque su madre, que se llama Libertad porque nació en el 58, precisamente en el año que derrocaron a Pérez Jiménez, le enseñó que hay que respetar los derechos de todo el mundo. Y esos tipos abusaron de su derecho peatonal. Katherine hablaba y los ojos de Renzo seguían persiguiendo a la morena que bailaba con otros hombres. De pronto, su teléfono celular sonó. Renzo tuvo que apartarse a los predios del baño para poder responder, y aprovechó la oportunidad para huir de Katherine, que a esas alturas ya estaba muy borracha. Del otro lado de la línea habló un supuesto cliente. Estaba con su chica y necesitaba droga.

Renzo no quiso interrumpir a sus compañeros que se estaban divirtiendo, así que salió solo a llevar el encargo. Detrás de él iba una pareja de enamorados; eran Rosario y Leo, que salían en busca de un hotel para tener sexo antes de medianoche, porque la muchacha tenía permiso hasta esa hora. El hombre y la pareja tomaron la avenida 2. Leo y Rosario se metieron en uno de esos hoteles baratos.

Afuera sintió en su espalda el sonido de una moto que disminuía la velocidad y se iba deteniendo. Lo llamaron: “Renzo, mi chica quiere acción”. Balazo sobre balazo, el previsible final de un muchacho dañado. Dejen el morbo, no les voy a contar detalles.

En la habitación, Rosario se quitaba sus sostenes nuevos frente a la mirada expectante de Leo. La música seguía a todo dar en Birosca. En voz alta, Maira le decía a Ligia Elena que tenía que confesarle algo. Ligia Elena le pedía que lo dejara para mañana, que esta noche se quería acostar con un tipo y que le gustaba el que bebía cerveza cerca de la barra. Después, le sugirió que el otro tipo que estaba con él se veía interesante, y le preguntó si no le atraía. Se fue de caza.

La música se escapaba por la ventana y Renzo se desangraba en la calle. Katherine había bebido demasiado. Despechada, se buscó un novio de una noche y terminó acostada en una residencia estudiantil, haciendo el amor en un cuarto compartido por varios estudiantes. Al otro día se levantaría y se iría a casa y llamaría a la Nena para comunicarle que esta vez sí dejaría a Renzo.

En casa de Rosario estaban preocupados por su hija, la madre trataba de calmar al señor Mejía: tranquilo, los jóvenes tienen derecho a divertirse. En la cama del hotel, Leo intentaba penetrar a Rosario, ella le pedía que se pusiera un preservativo, él le decía que lo había olvidado, que no se preocupara, que él la cuidaría. Ella aceptaba.

La ciudad y Renzo poco a poco se fueron quedando dormidos. Al otro día sería hallado el cadáver, la ciudadanía se sorprendería leyendo los titulares. El señor Mejía diría que quien anda en malos pasos no puede terminar bien. Maira esperaría una próxima oportunidad para confesar su homosexualidad. Ligia Elena se daría cuenta de que se había quedado enamorada del hombre de la barra. Katherine se volvería a emborrachar. Y en Birosca, el muchacho de limpieza lavaría con litros de agua y montones de jabón lo que quedaba de la noche.

Ilustración: Stu Mead

domingo, 13 de febrero de 2011

Hechicerías de una ciudad



En Matador hablo de las hechicerías de Mérida, en el artículo "Mérida: una pócima". Pasen y busquen su arepa de trigo y su taza de cidrón.
Al Toro acostado lo fotografió Espasa, a quien estoy agradecida por permitirme usar la imagen.

miércoles, 2 de febrero de 2011

El Matador y la columna torcida


I
Mi traumatólogo determinó -al ver los rayos x de mi columna- que "tengo la columna más torcida que el país". Yo también la vi, parecía una S. Tal dolencia mantiene restringida mi dosis de hikikomori diaria.
II
Olivia Martina y Matías cumplieron un año de vida el domingo pasado. Hubo torta, obvio.
III
Gracias a David Miller, uno de los editores de la revista Matador (matadornetwork.com) ahora colaboro en su revista, y aquí les dejo el enlace de mi primer artículo.