sábado, 22 de mayo de 2010

Diario de un loco. La oscurana


Tengo que prepararme para el colapso, estos días he estado tomando mis previsiones. Poco a poco he ido abasteciéndome de velas para que no me sorprenda el gran apagón. Las compro de a poco, para evitar levantar sospechas entre los vendedores (que al temer la posibilidad de un gran apagón en la ciudad podrían acaparar las velas y velones) y los compradores (su suspicacia ante el cataclismo eléctrico los podría llevar al saqueo de fábricas y negocios de velas). También he estado trabajando en el diseño de un ascensor artificial que me pueda servir para desplazarme cuando la falta de energía eléctrica paralice los ascensores convencionales. El método que empleo es muy tradicional: una polea, una guaya y un cajón que pueda soportar el peso de mi cuerpo. La guaya artesanal la lanzaría desde mi balcón y el cajón tendría un candado para que nadie más utilice mi mecanismo de transporte dentro del edificio. El uso de la computadora ya lo solucioné, ahora únicamente utilizo máquina de escribir. Pobres ilusos los que siguen usando esas computadoras, ya los veré desesperados cuando llegue el cataclismo eléctrico, y no podrán hacerse de máquinas ni de cintas para escribir porque ya me habré quedado con todas las existentes en la ciudad. ¡A cruzar la frontera, fantoches!, ¿y cómo?, ¿a pie? Sepan que la oscurana paralizará todo sistema de transporte; no habrá trenes, barcos, aviones, ni siquiera automóviles. Me río de ustedes, cuerda de lusers electrónicos.

La ciudad se detendrá progresivamente, será una oscura hecatombe, pero yo estaré preparado, su oscuridad no me tomará desprevenido. Desde hace tiempo hago largas caminatas para acostumbrar mi cuerpo al ejercicio físico, para que al momento en que todos los mecanismos móviles, que necesiten energía, se detengan, no me pille la inamovilidad. Igual tengo un par de bicicletas y me he metido en el taller para hacer mi propia rolinera (carruchas, les llaman en algunas partes), de madera y rueditas. Ustedes se ríen de mí, todos se ríen de mí, pero ya me reiré de ustedes cuando los vea caminar cansados y desfallecidos, y yo pase por su lado en una veloz rolinera. También me río de ustedes, usuarios del trolebús. Ajá, mi amigo de Ejido, la estación Centenario sólo será una quimera.

La población no ha entendido lo que oculta el Intendente detrás de la repartición de equipos de sonido portátiles, que se cargan con energía solar. Cuando llegue el gran apagón sólo estos equipos funcionarán y únicamente podremos escuchar los discursos y canciones del Intendente. Toda esta siniestra operación está maquinada en los laboratorios de científicos probetas, encubados y nacidos en los laboratorios soviéticos. A esta operación le llaman “La oscurana TSZ40”, lo sé porque pude acceder a sus archivos secretos en formato MSDOS. Aunque nadie me crea, en este momento, nuestra memoria musical se borrará y sólo quedarán rondando en nuestras cabezas las canciones del llano adentro, los poemas y tonadas del Intendente. Pero yo me he preparado para enfrentar este olvido colectivo. Tengo las partituras de Bach, Chopin y Guillermo Dávila en mi cabeza. Tampoco podrán con la fuerza de Pastor López, no señor.

Los que más pena me causan son los adictos a los teléfonos móviles, pobres infelices, sufrirán infiernos cuando el último aliento de sus baterías se agote y no puedan volver a cargarlos. Veré sus dedos moviéndose sobre el teclado inerte de sus teléfonos. Los veré enloquecidos con la oreja pegada a sus móviles, hablando solos. Los veré suicidándose en masa. Y los titulares de la prensa, que se escribirá a mano antes de extinguirse la prensa por completo, dirán: “Muerte celular”, “Hombre mata a su blackberry y luego se suicida”, “Adolescente sufre afasia al quedarse sin mensajes de texto”.

Ahí viene la oscurana, lo siento por quienes subestimaron al medioevo.

Ilustración: Robert and Shana Parkeharrison