sábado, 6 de febrero de 2010

La oreja de Pluto


A Gabriel y Jairo,

por el reciclaje.

Cuando conocí a Pluto él ya había tocado fondo. Vivía en la calle, se peleaba con otros perros las sobras de comida entre la basura, y apestaba a maldición bíblica. En ese entonces yo acababa de ser despedida de mi empleo en una agencia de seguros, y me había ido caminando hasta un parque, para pensar en mi nueva situación. Fue en ese parque donde lo vi por primera vez. Acababa de perder un hueso del basurero, en disputa con otros perros más feroces y astutos. Como el amor, su desamparo y el mío se encontraron.

Al principio no fue simpático, al contrario, fue escandalosamente grosero cuando se dio cuenta de que lo estaba observando, con lástima y una resignada ternura. ¿Qué miras?, ¿quieres tomarle una foto a Disney? – me dijo con tono altanero mientras hacía un gesto soez sobre los que podrían ser sus cojones – pero todos sabemos que los peluches no tienen cojones, son asexuados.

Su desolación me ayudó a olvidar por un instante la mía. Le ofrecí mi paraguas. Ya saben, llovía a cántaros, el escenario perfecto para el más desnudo desamparo. Le ofrecí mi paraguas y un techo por esa noche. Incrédulo, aceptó. En el camino me contó que lo habían echado de su trabajo en Disneyworld por sus problemas con el alcohol y la pedofilia. También me confió que la última perra con la que vivió lo abandonó por otro perro.

Me dolió su dolor. Yo también estaba muy sola; mi última pareja me había dejado porque decidió operarse para convertirse en mujer, y aunque él/ella me quería y deseaba continuar conmigo, yo lesbiana no quería ser. Así que lo dejé irse.

Cuando llegamos a casa le pedí que se metiera en la lavadora, porque necesitaba un baño urgente. No hubo resistencia, lo ayudé a entrar, le puse detergente y suavizante y apreté el botón de lavado intenso. Su baño duró dos ciclos. El primero, de pata. El segundo, de cabeza. Una vez limpio y perfumado, nos dispusimos a comer y beber. Al rato encendimos el televisor, ¡Uf, qué mala idea! Fue un error la combinación vino tinto-canal Disney. Pluto se emborrachó y se puso bruto. Lloraba y maldecía al ver los clásicos programas de su antigua compañía empleadora. No paraba de insultar a la ratoncita del moño en la cabeza. Puta, le decía, eres una puta. En cuanto a su novio, el ratón, celebraba con sarcasmo su supuesta impotencia.

Los primeros días con Pluto fueron difíciles. Bebía todas las noches y dormía hasta tarde. En menos de una semana se bebió todas las botellas que encontró en la despensa. Y un día, al regresar a casa de mi diaria búsqueda de trabajo, el portugués del abasto me interceptó para contarme que mi huésped había ido por alcohol a su negocio, y lo puso todo a mi cuenta.

Enceguecida por la rabia llegué al apartamento, dispuesta a echarlo. Sin embargo, la imagen de un Pluto asomado en el balcón, con evidentes intenciones suicidas, me hizo desistir de mi radical decisión. Así que corrí al balcón, lo rescaté y llamé al doctor Belmonte. El diagnóstico psiquiátrico fue contundente y sin margen de error: Pluto es bipolar. Debía tenerle paciencia.

El tratamiento y la actitud de Pluto fueron intensos, ambos sufríamos mucho. Lo peor ocurrió ese día que lo encontré semiconsciente, tirado en el piso, con la tercera parte de su oreja derecha arrancada de un tajo. Al lado de Pluto estaba el pedazo de oreja, la navaja, y manchas de sangre blanca, coagulada en pelotitas no uniformes y otras excrecencias del cuerpo. Regadas en el piso reposaban revistas y fotografías de un Pluto más joven y rozagante, sonriendo al lado de Michael Jackson, de Macaulay Culkin, entre otros niños famosos.

Inmediatamente lo trasladé al hospital, junto a su pedazo de oreja. Pero ya era demasiado tarde, fue imposible salvarla. Mi Pluto ahora era un animal mutilado. Con dolor sequé mis lágrimas, usando su oreja rota y muerta. Este hecho tan lamentable ocurrió el mismo día que encontré empleo, como bailarina exótica en un bar hawaiano.

Pero no es todo es malo, la vida también tiene sus encantos. Durante su estadía en el hospital, Pluto se paseó por los pasillos de pediatría, y logró animar a los pequeños pacientes internados. Fue tan bueno su trabajo que una fundación infantil lo contrató para alegrar la vida de los niños del hospital. Poco a poco Pluto fue superando su adicción a la bebida. Y gracias a mi nuevo empleo encontré un marido enano, jorobado y muy rico. La vida es bella.