martes, 29 de septiembre de 2009

martes, 8 de septiembre de 2009

Los dientes de Ana Paula

Los primeros dientes de Ana Paula no fueron incisivos ni caninos sino molares. Las cuatro muelas del juicio le salieron todas juntas a los dos meses, 17 días de nacida. Esteban, su padre, estaba orgulloso de la precocidad de su niña. Sin embargo, un detalle lo agobiaba: Ana Paula repelía la leche materna y todo tipo de bebida láctea. Como la madre de Ana Paula continuaba encerrada en un asilo mental sin mostrar visos de recuperación, Esteban se había visto obligado a buscar pechos sustitutos que alimentaran a su pequeña y extraña hija.

Ninguna teta se salvó. Ana Paula rechazaba cualquier pezón humano que se introdujera en su boquita. Las nodrizas recién paridas que habían intentado amamantarla vieron cómo las tetas empleadas se iban consumiendo a las pocas semanas del hecho. Peor suerte corrieron los infantes propios de estas mujeres, quienes al probar su leche murieron envenenados.

El fenómeno del desgaste abrupto ocurrió en una sola de las tetas: la que no se usaba continuaba su envejecimiento natural, mientras que la que rozó los labios de la nena se escurría como una tripa seca. Ante la monstruosidad de sus pechos y la muerte sin aparente explicación de los recién nacidos, los esposos de las nodrizas las abandonaron, y en las calles fueron sometidas al escarmiento popular de las viejas —quienes las golpeaban con escobas y ramas mientras las insultaban, acusándolas de brujas, y les rociaban agua bendita—. Una de las nodrizas creyó ver crecer una diminuta dentadura en la tetilla maldita. Enloquecida trató de cercenarse el pezón y murió desangrada en el acto.

Esteban nunca se enteró de estos hechos, para él no existía el afuera desde que nació Ana Paula, ni siquiera pensaba en su mujer, que al poco tiempo de ser internada empezó a escuchar voces piadosas que le pedían erradicar el mal que había nacido de su vientre. ¡Mátala!, le ordenaban las voces.

El padre sufría y se desvelaba al ver cómo la niña vomitaba los pechos de las nodrizas. Pero no crean ustedes que Ana Paula se debilitaba; al contrario, la niña lucía sana, rozagante, con sus ojos vitales, negros y llenos de misterio. Ninoska, la madre de Esteban, descendiente de la servidumbre de la última familia zarista, sólo encontraba una explicación ante la fuerza de su nieta: ella era un ser superior. Ungido. Las creencias religiosas de Ninoska le venían de Rusia, su madre había asistido a Rasputín en sus trances, y también le había servido en sus regodeos sexuales. Pero Esteban no creía en Rasputín, ni en los espíritus de Ninoska.

Mientras el padre se desesperaba buscando maneras de alimentarla y la abuela formulaba desquiciadas hipótesis sobre la procedencia espiritual de la nieta, una gata blanca, peluda, hermosa entraba por un resquicio del ático sin que nadie lo notara, bajaba hasta la habitación de la pequeña, y con un salto elegante y preciso se llegaba hasta la cuna de Ana Paula, poniéndole en su boca trozos de carne fresca, muy roja, casi viva. La gata, a quien llamaremos Lucrecia, se afanaba como una madre para que la carne estuviera bien desmenuzada y así la niña pudiera comer sin atragantarse. Pero no había de qué preocuparse, Ana Paula desgarraba muy bien con sus dientes traseros, pulidos, feroces.

Ilustración: “The Corn Poppy” Kees Van Dongen



Lucrecia

sábado, 5 de septiembre de 2009

Las calles de Magda Szabo

Me enteré de la existencia de Magda Szabo gracias al escritor mexicano Agustín Cadena, quien puso en su blog una nota a raíz de la muerte de la escritora húngara. Desde la publicación de esa nota quise leer algo suyo. Según tengo entendido cuatro de sus títulos han sido traducidos al castellano (Resentimiento, Calle Katalin, La puerta, y La balada de Iza). La traducción de Calle Katalin estuvo a cargo de Judit Gerendas, venezolana de origen húngaro, descendiente del poeta József Kiss, y fue publicado en Caracas bajo el sello Monte Ávila Editores, en 1972. Estos libros son difíciles de encontrar, sin embargo corrí con la suerte de tener un buen amigo que husmea toda librería de saldos que encuentra a su paso. Y ahí estaba, en un mesón abarrotado de libros viejos: Calle Katalin. Mi amigo, a quien le había hablado de Magda Szabo con deseo enfermizo de leerla, emitió un ¡Eureka!, tragando un poco de polvo amarillo al hacerlo.

Fue amor a primera leída. Szabo sabe narrar, juega con estructuras complejas, se aleja de lo literal frente al referente, y asoma pistas para armar lo que sucede en el contexto socio-histórico en el que construye su historia. Iren y Bálint, par de personajes centrales de la novela, tienen una fuerte armadura psicológica. Son personajes muy pensados y bien definidos. Sobre ellos se siente Hungría y las guerras, sus revoluciones y dictaduras; todas padecidas en buena parte del siglo XX. La calle Katalin es el escenario íntimo de cada uno de los personajes, en esa calle todos ellos vivieron su propia versión de los sucesos que ocurrían en un afuera de detenciones, de largas filas de cupones por alimento y de sonidos de balas nocturnas:

Y cuando olvidando que tenía que moverse siempre por detrás del seto se lanzó descabelladamente hacia el jardín, para alcanzar la cerca de los Bíro, a través de la cual había llegado hasta aquí, ya sabía que se había equivocado, porque no había muerto ni la primera, ni la segunda, ni la tercera vez, sabía que vivía y que quería vivir. Para cuando lo comprendió, estaba muerta. Bajo la luz de la luna le había disparado dos veces, con vacilación de novato y con mala puntería; sin embargo ya la primera bala la había alcanzado (p. 99).

Frente a esta oscuridad Magda Szabo tuvo que escribir en silencio, debió hacerlo con prudencia. Sabía que escribía con ojos espiando su escritorio. Fue vetada varias veces, el gobierno de su país le prohibió publicar durante algunos años. En 1949 obtuvo el premio Baumgarten, y le fue arrebatado el mismo día que lo recibió. Cosas que hacen los gobiernos totalitarios, y que con el correr del transcurso histórico quedan como condecoraciones al ridículo. Pero, afortunadamente, el absurdo puede ser revertido, y el tiempo no transcurre en vano: Hungría salió de su oscuridad militar, y Szabo brilla entre los talentos literarios de ese país.

Lamentablemente la conocí muerta, pero creo que ella, al igual que su Henriett, anda por ahí, viendo cómo el mundo sigue a veces cambiando, y a veces volviendo atrás.

Posdata personal para Agustín: en nombre de los limitados lectores que sólo leemos en la lengua de Cervantes, aprovecha que estás en Hungría y, por favor, traduce al menos una de sus novelas.