jueves, 18 de junio de 2009

Julia Roberts


Cuando la madre de Pilar se enteró de que su hija era lesbiana, le recomendó que tomara clases de defensa personal. Un homosexual tiene mayores probabilidades de sufrir acoso y ser golpeado en la calle por grupos religiosos y homofóbicos, le advirtió la previsora madre. Pilar cogió consejo y aprendió algo de artes marciales, así que la noche en que caminaba por el boulevard de los pintores y escuchó unas llamadas de auxilio, hechas en lengua extranjera: ¡help, help, me matan!, y vio cómo un hombre atacaba a una travesti, gringa y pelirroja, empleó los conocimientos aprendidos de su maestro chino. Par de patadas, algunos manotazos, más unos griticos estilo Bruce Lee fueron suficientes para alejar al rufián envalentonado.

Agradecida, la gringa travesti se levantó del piso con algunas uñas postizas faltantes, la peluca echada de lado y una teta menos, porque la izquierda se le había caído dentro de una alcantarilla, en medio del ataque sufrido. Gracias, gracias, mi nombre es Julia Roberts, gracias, no hablar mucho español, gracias.

Julia Roberts en realidad se llama Peter Smith, y es una prostituta neoyorkina que se vino a Mérida siguiéndole los pasos a un negro brasileño que la dejó varada en el Birosca. Con lágrimas en los ojos, que le regaban el rímel, Julia Roberts le contó a Pilar que Cafú, el brasileño nordestino, la dejó bailando en medio de la pista del bullicioso bar mientras él se iba con una alemana que había conocido esa noche. Cafú, que en el fondo era tierno, le metió una nota dentro de su corpiño. Discúlpame, my sweet honey, eu sou um canalha, decía el papelito que el barman tuvo que traducirle, porque Julia Roberts no entiende bien otra lengua que no sea la del Bronx.

Esa noche, cuando la pelirroja regresó a la habitación del hotel, no encontró ninguna pertenencia, ni siquiera su pasaporte, así que se vio obligada a salir a rebuscarse la vida en la calle de las caminadoras, para hacer dinero y poder regresar a su país.

Pilar y Julia Roberts se hicieron grandes amigas, y desde entonces he tenido que convivir con mi novia lesbiana y su amiga travesti, quien al principio llegó a nuestro apartamento como una refugiada por algunas noches, pero con el tiempo se fue quedando, alegando excusas como la desatención de la que ha sido víctima por parte del gobierno de su país, que ha estado muy ocupado en la reconstrucción post-Katrina, y que no tiene tiempo ni cabeza para resolver casos de ciudadanas norteamericanas que se encuentran en estado ilegal, en un suburbio latinoamericano.