miércoles, 27 de mayo de 2009

A pesar de la otra


Soy de las personas a las que cuando asisten a eventos públicos —recitales, foros, tertulias, conversatorios, reuniones bohemias— se les activa una vocecita mandona en el cerebro que dice: deberías ir a tu rincón a escribir tus cosas. Junto a la vocecita se me instala un cosquilleo que me incita a emprender mi retirada. Aunada a la vocecita y al cosquilleo aparece mi precaria capacidad de comunicación. Lo confieso, soy un sujeto bastante asocial. Y esto no creo que sea petulancia, al contrario, sé que es timidez.

Hasta hace poco menos de un año asistía con relativa frecuencia a recitales y a presentaciones de libros, hasta que la vocecita paranoica pudo más que los innumerables versos malos que en medio del recital eran apagados por los sonidos de los saltamontes nocturnos. Esa era mi manera de desconectarme del recital, siguiendo el sonido de los saltamontes—siempre he asociado el ruido que producen con el balanceo de los columpios en los parques—.

Poco a poco he dejado de asistir a recitales, sobre todo desde que en este país los recitales y poetas se dividieron políticamente y actúan como grupos de choque. Ahora bien, a las tarimas y los escenarios que me impliquen como oradora, frente a un grupo de personas, les tengo más temor que a unos versos malos. Mi reticencia se produce al ponerme en el lugar del oyente, ¿qué les voy a decir? ¿Acaso están interesados en escucharme? Antes de comenzar a hablar me pregunto si los oyentes acudirán a las viejas estrategias de deslizarse de sus asientos, con sumo cuidado, para ir saliendo en puntitas de pie y una vez fuera del recinto pegar la estampida.

Sin embargo, y a pesar de mis temores y reticencias, decidí aceptar la invitación a participar en el conversatorio en las pasadas jornadas de creación de la ULA.

La cosa presagiaba una marea alta que me podría ahogar. En primer lugar, la moderadoraa quien le tocaba presentarme no asistió. En segundo lugar, se acercaba la hora de la cena en el comedor universitario y mi otro yo me decía: Para mí que se te va a armar la podrida. Estos muchachos se van a ir al comedor. Pero, a pesar de sus oscuras premoniciones, mi otro yo apocalíptico esta vez salió derrotado. Luis Moreno Villamediana me salvó del naufragio y fungió como moderador, los muchachos se quedaron a escucharme y a charlar conmigo. Y la poeta Edda Armas, otra de las invitadas de las jornadas, también nos acompañó.

Hablé del oficio de la escritura, de la disciplina y pasión que requiere, de los horizontes y espejismos que se le presentan a los escritores. Les eché un cuento, un cuento que les gustó. Al parecer todos quieren a “Pilar”, ese fue el cuento breve que leí. Algunas personas me han escrito, de manera anónima, para pedirme fotos de esa muchacha, y si es posible de su amiga Fabiana. Eso sí, lo hacen con mucho respeto. Me escriben algo así como: Estimada amiga, ¿sería usted tan amable de colgar una foto de Pilar en sus tejados? Atte., XXX. P.D. Se agradece no sea una foto tipo carnet.

Vuelvo al conversatorio, traté de ser breve para evitar ver con el rabillo del ojo los cuerpos deslizarse, cuidadosamente, de los asientos, dispuestos a escapar. Traté de ser breve para evitar ver los bostezos de mi otro yo y sus mohines señalándome cómo el recinto se iba quedando vacío.

Tuve suerte, la pasé bien. Creo que los estudiantes también. Me lo decía el tiempo transcurrido y ellos ahí sentados, escuchando atentos, haciendo preguntas y comentarios. Me sorprendieron algunos hablándome de mis cuentos, haciéndome preguntas estructurales de algunos relatos.

Este post lo escribí incitada por la curiosidad de los amigos Andromeda, Alexánder Obando y Gustavo Valle, y para agradecer el comentario de Mishka, quien no se escapó de su asiento y se quedó sentada sin hacerle caso a esa vocecita cizañera que le decía: ¿qué haces aquí?...

sábado, 16 de mayo de 2009

A echar cuentos


Pedro Varguillas y Fabián Coelho, estudiantes de la Escuela de Letras de la Universidad de Los Andes, conductores del programa radial La expulsión del paraíso y organizadores de las IV Jornadas de Creación Literaria me invitaron a hablar del cuento y a echar cuentos el martes 19 de mayo a las 4:50 de la tarde en la Cátedra Simón Bolívar de la Facultad de Humanidades y Educación. Invito a los que estén cerca, a los aburridos, a los que no tengan más nada que hacer, a los que están haciendo tiempo mientras abren las puertas del comedor universitario, a los que no quieren ir a clases y necesitan una justificación académica para cubrir su inasistencia, a los que se quedaron con las ganas de ver a Café Tacuba, a los eternos asistentes a eventos con refrigerios, a los que quieran ir a hacerme caras mientras se desarrolla el conversatorio, a los que no tienen más remedio que acompañarme; a todos los invito. Y si no les provoca ir el martes a esa hora pueden hacerlo el lunes, el mismo martes en la mañana, el miércoles y hasta el jueves porque la cosa se extendió. En el link de las jornadas pueden encontrar la programación completa de la actividad y los nombres de los invitados.

jueves, 7 de mayo de 2009

Lo. Lee. Ta


Estas últimas semanas he estado escribiendo y leyendo como un preso sin más oficio. Mi lectura es desordenada, como creo debe ser la lectura. Por mis manos han pasado las historias de Paul Auster, Barrera Tyszka, Eduardo Berti, Copi, Francisco Ruiz, un narrador español a quien voy a reseñar próximamente, Hebe Uhart y las anécdotas de los posts de la comunidad bloguera en la que habito. He escrito textos para mi blog clasificados, en su mayoría, dentro del renglón de “conversaciones de café” porque no son cuentos, tampoco crónicas, para mí son armatostes que hago a partir de una anécdota o un detalle.

También me he dedicado a hacer algunos breves ensayos sobre la escritura de otros escritores, alimentando de este modo la máquina de la escritura sobre la escritura. Sin embargo, mi interés central en este momento es la historia de un personaje llamado Manuel (el novio de Pilar), sobre el cual llevo unas cuantas páginas y el monstruo sigue creciendo como si le hubiera puesto levadura. Esta monstruosidad de la escritura me encanta. Todo puede empezar con una frase, con un nombre, con una acción y de pronto: tienes una comarca de individuos, situaciones y neurosis viviendo dentro de tu cabeza, habitando en tu computador. Grande la locura de la escritura.

Tan ensimismada he estado que ni siquiera me había enterado de que la ciudad en la que vivo está medio destruida por las manifestaciones estudiantiles ocurridas a raíz de la muerte de un estudiante en una protesta. De esto me enteré por un amigo que vive en el extranjero, quien me escribió para preguntarme si era cierto que Mérida estaba ardiendo como Roma en tiempos de Nerón. Me entero, le dije, gracias por avisar desde el exterior sobre lo que ocurre en mi ciudad. Luego me informó que por causa de las lluvias Mérida quedó incomunicada con otros Estados. Pardiez, y yo pensando en Manuel. En Caracas tembló y yo viendo cómo le resuelvo la vida a Manuel sin Pilar.

Hoy en esa búsqueda de qué leer me reencontré con Lolita, la muchacha erótica de Nabokov. A Lolita la acompañaba una portada de Balthus. El dúo dinámico, pensé. Abrí el libro y leí con deleite el sublime inicio de la novela:

“Lolita, light of my life, fire of my loins. My sin, my soul. Lo-lee-ta: the tip of the tongue taking a trip of three steps down the palate to tap, at three, on the teeth. Lo. Lee. Ta.

She was Lo, plain Lo, in the morning, standing four feet ten in one sock. She was Lola in slacks. She was Dolly at school. She was Dolores on the dotted line. But in my arms she was always Lolita”.

Esta entrada es una de las mejores que he leído. Me gusta esa musicalidad que brota en cada movimiento de lengua para formar la palabra L O L I T A. Con este juego, Nabokov logra transmitir la sensualidad que deja en el aire su dulce y maliciosa creación. Debido al placer que me produce la lectura de buenos inicios (Cortázar es un maestro en esto) he optado por armar algunos posts que hablen sobre estos comienzos de libros.

Mientras tanto la ciudad seguirá ardiendo y frente a la muerte el Gobernador dirá: “el joven (...) no está muerto. Él está sembrado en el frondoso suelo de la revolución”. Ante tanta oscuridad incendiaria prefiero encerrarme y atajar esos sonidos que revolotean como mariposas: Lo. Lee. Ta.



viernes, 1 de mayo de 2009

Vida con perros... y con gatos también

La primera vez que vi a Atenea ella estaba dormida y metida dentro de una cajita. La despertaron mis cursis ronroneos rendidos ante su dulce presencia. Tiempo después, cuando me encontré a una perra marrón abandonada en una fría y solitaria carretera del páramo no pude menos que recogerla y abrigarla entre mis brazos. Durante varios días la perra marrón vivió conmigo sin tener nombre propio, me negaba a nombrarla de algún modo porque me decía: si le pongo nombre se queda conmigo y la idea original era buscarle casa. Pero pasaron semanas y pocos estuvieron interesados en hacerse responsables de una perra marrón y sin alcurnia. Un domingo me desperté, la vi al lado de mi cama, me miró y le dije: Sol.  



Debido a mis constantes mudanzas Sol y Atenea ahora viven con mi madre. Ellas, junto a Coco, son la sustitución de los nietos que no pienso darle a mi querida progenitora. La historia de Coco es bastante conmovedora: un perrito negro y pequeño que andaba en la calle sufriendo todo tipo de maltratos (fue atropellado por un auto, en una pelea perdió un colmillo y tenía que soportar las patadas y burlas de algunos miserables). Coco olía muy mal y siempre andaba merodeando por ahí. Mamá lo alimentaba en las afueras de sus dominios hasta que poco a poco fue haciéndose de la casa. Ahora Coco duerme a sus anchas, perdió sus temores y pudores iniciales  y es tan señor de la casa que es muy común verlo dormido boca arriba con las patas de lado a lado.    

Hace años llegó un gato pequeño, blanco y amarillo. En mi familia nunca habíamos tenido gatos, nuestra debilidad siempre han sido los perros, pero ese gato amarillo nos enganchó con su ternura. A mí se me ocurrió nombrarlo Don Gato, y así se llamó hasta que se fue. Un día Don Gato, adulto y apuesto, llegó con un pequeñito igualito a él. Nos conmovió su responsabilidad paterna, al pequeño decidimos llamarlo Benito, como el más pequeño de la pandilla. Alertada ante el número de gatos pertenecientes a la pandilla del gato animado mamá decidió no aceptar nuevos animales, así que nos quedamos con este par de hermosos felinos.

Tengo muchas historias con animales, tantas que podría hacer un post con cada una de ellas. Ahora recuerdo al entrañable Lautréamont, nuestro perro de la Escuela de Letras, un viejo mucuchies, blanco y hermoso, la mascota oficial de “Los verdes” (nuestra sociedad de ecologistas, mariguaneros, protectores de animales, sembradores de árboles). Cuando Lautréamont murió se le hizo un entierro muy a tono con  nuestras actividades en el bosque de la Facultad de Humanidades y Educación, fue enterrado en el centro de tres árboles, en el corazón de los rayos del sol.

Toda persona que camina conmigo está acostumbrada a verme diciéndoles “hola” a los animales que nos cruzamos en nuestros paseos. Es parte de mi conducta animal. Con los animales me he llevado mejor que con muchos humanos y esto suena a lugar común, pero es cierto.

Cuando voy de visita a mi casa materna Atenea, Sol y Coco salen a recibirme con el mismo amor de siempre. Sol, como es el centro del universo, me coge de la muñeca con su hocico para que me dedique a ella por completo, mientras Coco da saltitos alrededor y Atenea da saltos que llegan a mi rostro. Cuando me siento frente al computador ellos se echan a mi lado y me acompañan mientras escribo. Hace años cuando escribía un libro, que ahora está en proceso de publicación, me impuse un horario madrugador: escribía a partir de las 4:30 a.m. Durante par de meses me levantaba a esa hora y mientras la computadora se encendía ponía a hacer café y ahí mismo iban levantándose mis adorados perros a hacerme compañía. Ellos son parte de ese libro.


En estos momentos no tengo perros viviendo conmigo, pero sí estoy rodeada de gente que los tiene. Gabi tiene a Lulú, una perra salchicha con ínfulas rusas (ella cree que ladra en ruso), heredera de la familia Nabokov. Tiene a Lucas, el hermoso y juguetón compañero de Lulú. Luc un bóxer simpático y muy dado a las ventosidades. Turco, un bello perro homosexual de ojos claros. Carlota, una cachorra venida de la madre patria, Canuto y sus temores a la lluvia. Sally y sus bonitas patas blancas, Oti y su vejez ciega y reposada. Paco y su rostro escondido entre tantos pelos, Dana y su odio a Onetti (rompió  con ferocidad El astillero).  Muñeca, la querida Muñeca, viviendo con Napo, un buen verde.

Este post no estaba previsto, surgió cuando leí una nota sobre el gato Fidel en la BBC. Fidel es un gato lector, como el gato de Adela.